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PorInstituto Bitácora

DIFERENTES TIPOS DE DEMANDA Y CÓMO PUEDE ACTUAR LA FAMILIA (1ª PARTE)

Iniciábamos esta serie de artículos, explicando cómo la familia es testigo de los cambios que se van produciendo como consecuencia del desarrollo de un problema por consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas. Cómo el desequilibrio físico, psicológico y social que experimenta la persona consumidora, no necesariamente implica petición de ayuda. Y cómo es la familia, la que generalmente ante una situación de crisis, presiona a la persona consumidora, convirtiéndose en la fuente principal de motivación, para que la persona acepte acudir a tratamiento.

Esta es la realidad clínica en los problemas adictivos, que un porcentaje muy significativo de los pacientes que acuden a tratamiento no disponen de una predisposición adecuada que garantice poder iniciar y mantener cambios en su conducta adictiva. Esto supone una característica específica de esta enfermedad, formando parte de su sintomatología, igual que la fiebre en la gripe, la resistencia y las dudas del paciente para dejar la conducta de consumo.

Por ello, el punto de partida para poder empezar a trabajar con el paciente, es primero, identificar su nivel de motivación al cambio, es decir, saber cuánto de grande (o de pequeño) es su deseo de cambiar, para en segundo lugar, crear, aumentar, o mantener, ese deseo de cambio. Además, hay que tener siempre en cuenta, que la motivación, el deseo de cambiar, es dinámica y fluctuante. Así, a lo largo de todo el proceso de recuperación, hay que ir reevaluando y midiendo, cómo está el nivel de motivación, ya que es crucial para ir avanzando, evitar abandonos de tratamiento y prevenir recaídas.

El cambio pues, es como un continuo en el que se pueden perfilar y distinguir una serie de etapas. Los objetivos terapéuticos y el apoyo de la familia tienen que adaptarse a estas diferentes etapas del proceso de cambio, o lo que es lo mismo, a los diferentes niveles de motivación del paciente, para que el tratamiento pueda tener un mínimo de garantías. De ahí, la importancia que desde Instituto Bitácora damos a realizar una evaluación exhaustiva y detallada de la situación que presenta el paciente y la familia, y llevar a cabo un proceso de intervención individualizado.

Vamos a intentar explicar el proceso de cambio, desde el modelo Transteórico de Prochaska y DiClemente, que es el que actualmente más aceptación tiene. Este modelo identifica los diferentes niveles de predisposición al cambio que puede presentar una persona cuando se plantea modificar su conducta. El situar a la persona en el periodo de cambio más representativo de los que proponen, permite evaluar cuándo es posible que ocurran determinados cambios de intenciones, actitudes y conductas.

Según estos autores, las diferentes etapas o situaciones con las que nos podemos encontrar cuando se demanda tratamiento por un problema adictivo son:

  • PACIENTE QUE NO SE PLANTEA CAMBIAR: PRECONTEMPLACIÓN
  • PACIENTE QUE ACUDE A TRATAMIENTO AMBIVALENTE: CONTEMPLACIÓN
  • PACIENTE QUE ACUDE A TRATAMIENTO CON INTENCIÓN DE DEJAR DE CONSUMIR: PREPARACIÓN O DETERMINACIÓN.
  • PACIENTE QUE ACUDE A CONSULTA CON LA INTENCIÓN DE DEJAR DE CONSUMIR: ACCIÓN
  • PACIENTE QUE LLEVA UN TIEMPO SIGNIFICATIVO SIN CONSUMIR: MANTENIMIENTO
  • PACIENTE QUE TRAS UN TIEMPO EN ABSTINENCIA HA REINICIADO EL CONSUMO: RECAÍDA

El trabajo del terapeuta será identificar cuál es el motivo “real” por el que el paciente acude a consulta, decidir qué estrategias poner en marcha teniendo en cuenta en qué etapa del cambio se encuentra el paciente, y ayudar a la familia para que pueda participar del proceso de recuperación.

PACIENTE QUE NO SE PLANTEA CAMBIAR: PRECONTEMPLACIÓN

El paciente acude a tratamiento por presión familiar (u otro tipo de presiones como problemas de salud, problemas laborales, judiciales, económicos…) pero no tiene intención de cambiar. Esta etapa se denomina Precontemplación.

El terapeuta y la familia, para generar motivación, para crear en el paciente el deseo de cambiar, deben dar información que aumente la conciencia de problema, que aumente la capacidad del paciente para percibir los riesgos de su propia conducta.

Forman parte de esta etapa también, los casos en los que es la familia, sin el paciente, la que acude a tratamiento buscando apoyo y asesoramiento. El papel de la familia es siempre determinante, y este es un gran ejemplo. A través de cambios en la forma en que la familia entiende el problema, en la forma en que la familia se comunica y trata al paciente, se puede lograr que el paciente acepte acudir a tratamiento.

En esta etapa en la que el paciente aun no se plantea dejar el consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas, la familia está muy sobrecargada. En esta situación es fácil ceder ante los chantajes de la pareja, hijo/a, madre o padre consumidor. Es fácil discutir violentamente, con él/ella, haciéndole cargar con las desilusiones, impotencias y miedos de la familia. Es fácil que la familia se vea como “el bueno” que todo lo ha dado y que solo recibe disgustos a cambio. Es fácil que la familia se sienta culpable, y muy angustiada por todo lo que está ocurriendo.…

Sin embargo, se debe evitar a toda costa entrar en la confrontación.

Se debe intentar hablar con confianza y respeto. La familia debe hacer el esfuerzo de reconocer y asumir, hasta en los momentos más tensos, que no se consume porque se quiere, aunque así lo parezca, se consume porque el alcohol, las drogas o las conductas potencialmente adictivas, están controlando la vida de su pareja, su hijo/a, su madre o su padre. La familia tiene que aprovechar todas las ocasiones favorables que se presenten para hablar sobre buscar o mantener el tratamiento. La familia debe establecer unos límites de convivencia familiar, dentro de los cuales el paciente reciba atención por parte de la familia. La familia debe de mantener la calma…

El papel de la familia es fundamental y muy difícil, de ahí que en el artículo anterior, los calificáramos como “héroes”.

La familia tiene que enfrentarse a un paciente (pareja, hijo/a, madre, padre) que no se cuestiona su situación, que ni siquiera ve el problema, que no quiere ni hablar de un posible cambio en su conducta. A una pareja, hijo/a, madre, padre, que no es consciente de las consecuencias reales que tiene, para sí mismo y para las personas que le rodean, su conducta adictiva, porque cree que lo que hace y su estilo de vida no suponen problema alguno. En esta etapa del proceso de cambio, lo gratificante del consumo tiene para la persona consumidora más peso que los aspectos negativos.

El paciente que se encuentra en este nivel de motivación, de iniciar tratamiento lo hace con el único objetivo de reducir la presión bajo la que se encuentra. Y aunque parezca que ante una situación así poco se puede hacer, trabajando desde el punto de vista motivacional, y apoyando a la familia para que ponga en marcha determinadas estrategias, se puede empezar a crear la duda en el paciente acerca de su relación con el alcohol, las drogas o las conductas potencialmente adictivas. Pero teniendo en todo momento muy en cuenta, que si no se logra aumentar el nivel de motivación, cuando disminuya la presión externa se reinstaurará el estilo de vida previo.

En el próximo artículo sobre “familia en el proceso de recuperación” continuaremos avanzando a través de las siguientes etapas.

PorInstituto Bitácora

PROCESO DE RECAÍDA

La recaída es quizás una de las circunstancias más temidas tanto por las personas que padecen una adicción, como por sus familiares. Una vez que la persona adicta ha conseguido alcanzar la abstinencia, la forma de que esta se mantenga es trabajando para prevenir que la recaída aparezca. En este punto, es imprescindible que pacientes y familiares conozcan y se familiaricen con el proceso que sigue la recaída, pues si no se es capaz de identificar las señales que alertan de una recaída, difícilmente esta se podrá prevenir.

¿Cómo ocurre el proceso de recaída?

Normalmente, la recaída no aparece de un momento a otro. Lo común es que de manera progresiva vayan apareciendo señales y síntomas que nos pueden alertar de que las cosas no van bien. Esto puede tomarse como una oportunidad para, de manera prematura, detener el proceso que llevaría a un nuevo consumo.

Para no caer en un contenido excesivamente teórico que pueda aburrir o confundir al lector, emplearemos el caso real de un paciente adicto al alcohol para ilustrar de qué manera se da este proceso.

El paciente, al que llamaremos Luis, acudió a consulta por un problema de adicción al alcohol. Desde el principio, Luis respondió muy bien al tratamiento, tomando interés y siguiendo de una manera muy adecuada todas las indicaciones de los profesionales. Como su historia con el alcohol había sido muy larga y le había acarreado numerosos problemas y sufrimiento, Luis estaba muy motivado y animado por el hecho de haber empezado a poner un poco de orden en su día a día. Tras años de consumo de alcohol y malestar diario, por fin empezaba a poder llevar una vida normal. Relataba que se sentía libre, como si hubiese roto una cadena que le ataba a la bebida y le hacía esclavo de esta.
Aunque a veces le costaba conciliar el sueño, refería que se iba a la cama con una sensación de tranquilidad que hacía muchos años que no experimentaba, decía que se sentía en paz con su conciencia.
Retomó también antiguas aficiones como la natación y la guitarra, actividades que siempre le habían apasionado, pero que por su problema con el alcohol, había dejado de practicarlas. Esto le ayudaba a calmar algunos síntomas de ansiedad que padecía en algunos momentos concretos.

En definitiva, haciendo balance, Luis se sentía muy satisfecho con su nueva vida.

Hasta el momento, siguiendo el criterio de los profesionales, había estado evitando exponerse a situaciones que invitasen a beber alcohol. Había dicho que no a una comida de empresa, también había evitado la celebración de cumpleaños de un viejo amigo y la boda de un familiar. Comprendía que en ese tipo de eventos el consumo de alcohol podía ser abusivo, y que exponerse a ello no sería bueno para él, pues aumentarían enormemente sus deseos de consumo. Puesto que estaba muy entusiasmado con el resto de cosas de su día a día, no le había importado renunciar a esos momentos sociales.

Transcurridos pocos meses, la motivación de Luis comenzó a descender. El entusiasmo y la ilusión que sentía en su día a día ya no era tan grande. Algunos días faltaba a sus clases de natación, y ya no empleaba tanto tiempo en practicar con la guitarra. Sin duda, este descenso en su motivación era el primer indicador que debía activar las alertas.
No obstante a todo ello, seguía sintiéndose feliz por haberse alejado de la bebida, y seguía sintiéndose libre de la esclavitud del alcoholismo, eso no había cambiado. Se sentía seguro, tenía claro que su decisión de no beber era firme. Tanto esto era así, que desatendió el consejo de los profesionales y decidió acudir a una comunión a la que había sido invitado. Estaba (o parecía estar) tan seguro de sí mismo, que ignoró la advertencia de que el acudir a la comunión podría desembocar en una recaída más o menos inminente. En su exceso de seguridad, su falta de precaución y en la no adherencia al consejo profesional, encontramos otros indicios claros de que la recaída puede estar más cerca.

Luis acudió a la comunión y no consumió alcohol. Pensó que había ganado la batalla. Pero no quiso prestar atención a las sensaciones y pensamientos que ahora se habían instalado en él. Había aguantado toda la celebración sin probar ni una gota de alcohol, pero esto le había resultado terriblemente incómodo. No se sintió a gusto viendo cómo todo el mundo podía beber a su alrededor y él no. De hecho, casi no pensó en otra cosa durante todo el evento.
No bebió alcohol, pero la idea que se trajo de vuelta a casa fue la de que la vida sin poder beber es terriblemente difícil e incómoda. La maquinaria de la recaída ya estaba en marcha. Sus pensamientos hicieron el resto. Empezó a verse a sí mismo incapaz de mantenerse abstinente, su seguridad había desaparecido. Además, donde antes se sentía tranquilo y libre de la esclavitud del alcohol, ahora solo podía pensar en el sufrimiento que le suponía el no poder beber. Ese sentimiento de desesperación hizo que aparecieran unas ganas terribles de volver a consumir, y con ello, la idea de que todo ese malestar y nerviosismo que estaba sintiendo se aliviaría con la bebida.

Es fácil intuir el desenlace del relato. Si se analiza la secuencia de acontecimientos, es sencillo detectar en qué puntos de la historia se podría haber actuado de una manera distinta de cara a evitar la recaída. Si Luis se hubiera extremado sus precauciones al notar un descenso de su motivación en su vida diaria y se hubiese planteado la posibilidad de recaer, si hubiese evitado ir a la comunión, o si hubiese puesto sobre la mesa ese malestar que le había generado la exposición al alcohol durante el evento… en cualquiera de esos momentos, podría haber puesto en marcha distintas estrategias que le hubiesen ayudado a gestionar su malestar y a reconducir las situaciones para poder mantener la abstinencia.

¿Qué podemos concluir de todo esto?

Durante el proceso de recuperación de la adicción a una sustancia, la persona podrá atravesar algunos momentos complicados, en los que su motivación podrá disminuir. Esa fluctuación en la motivación, así como los altibajos, son una parte natural del proceso para los cuales existen herramientas y estrategias de afrontamiento.
En definitiva, el mensaje que buscamos transmitir con este artículo, es que si se sigue el criterio de los profesionales, y con el adecuado esfuerzo tanto del paciente como de sus familiares, es posible anticipar y prevenir las recaídas de una manera eficaz.

Ana
Ponce Rodríguez
PorInstituto Bitácora

LA FAMILIA COMO PRINCIPAL FACTOR DE MOTIVACIÓN AL TRATAMIENTO

En textos anteriores hablábamos de la adicción como una enfermedad insidiosa. De cómo la familia de la persona que tiene un problema por consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas, iba identificando y viviendo los cambios en la conducta de la persona afectada, de cómo éstos, al principio se pueden justificar, dudando la familia de si realmente el consumo supone un problema o no. De cómo estos pequeños cambios, de mantenerse el consumo, irremediablemente van a más, hasta dar lugar al desarrollo de una enfermedad en la que poco a poco el bienestar físico, mental y social de la persona se ve afectado, así como la organización de la familia, las costumbres, la comunicación y las relaciones afectivas.

Estos cambios que se van produciendo como consecuencia del desarrollo de la enfermedad, no solo se manifiestan en el plano familiar. Las consecuencias negativas de la conducta de consumo se manifiestan en el plano personal, en la salud física y psicológica, en las relaciones interpersonales, en lo laboral o académico, en el manejo del ocio y tiempo libre…

En cuanto a salud física, si hablamos de adicciones químicas, las consecuencias van a depender del tipo de sustancia, de la cantidad y frecuencia de consumo, de la vía de administración, y de si estamos hablando de consumo de una sustancia, o de consumo de varias sustancias. En el caso de consumo de varias sustancias, las consecuencias físicas son mayores que si sumáramos los efectos de cada una por separado. Además de estas consecuencias físicas, en todas las adicciones, en las que hay sustancias y en las que no, se producen determinados cambios en la estructura y funcionamiento cerebral, que dan lugar a tolerancia, pérdida de control, síndrome de abstinencia y dependencia.

En el plano psicológico, las consecuencias son comunes a todos los problemas adictivos. Altibajos emocionales, bruscos cambios de humor. Irritabilidad. Ansiedad. Aislamiento. Sentimientos de culpa, de vergüenza, desesperanza. Además, el consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas pueden suponer para las personas más vulnerables un detonante para desarrollar otros trastornos mentales.

En lo laboral, en casi todos los casos se producen problemas de tipo absentismo, menor rendimiento, choques con compañeros, con clientes, pudiendo acabar en pérdida del puesto de trabajo, o degradación laboral. Cuando hablamos de los más jóvenes las consecuencias negativas se ven en una bajada de motivación y malos resultados académicos.

En cuanto a red social, ocio y tiempo libre, la persona que consume, se va dejando poco a poco por el camino, relaciones sociales saludables, quedándose aislada o con relaciones en el que el nexo de unión es el propio consumo. Paralelamente se va abandonando actividades de ocio y tiempo libre, de manera que el consumo pasa a ser una prioridad.

La vida de la persona que tiene este tipo de problemas se convierte en un círculo vicioso en el que queda atrapado y del que sólo conseguirá librarse con un tratamiento adecuado. Las consecuencias negativas físicas, psicológicas y sociofamiliares se afrontan consumiendo más sustancia o llevando a cabo la conducta adictiva, a pesar de la clara evidencia de que es el consumo el que genera los problemas. De este modo, la persona se queda sin salida, el consumo genera malestar, y este malestar se afronta con el consumo.

Llegado estos momentos el día a día resulta muy difícil, tanto para el consumidor como para su familia, y el sufrimiento es una constante en las vidas de todos los implicados en este tipo de problemas.

Sin embargo, aunque éste es el complejo escenario al que se puede llegar cuando se tiene un problema de este tipo, la persona afectada no percibe la realidad de su situación con objetividad. Y aunque existe un verdadero sufrimiento por la propia incapacidad para controlar la conducta, la persona, ya enferma, no solo no pide ayuda, sino que la rechaza.

Y este hecho, el que a pesar del malestar físico, psicológico y social, la persona se resista a entender y aceptar que necesita ayuda para salir de la situación, hace que la adicción sea una enfermedad única.

Si me caigo y me lastimo el codo, no dudo en ponerme en manos del traumatólogo para que me haga las pruebas pertinentes y ver si no es nada, si me lo tienen que inmovilizar o me tienen que intervenir. Si me entra malestar general y fiebre, no dudo en acudir al médico de atención primaria y seguir sus indicaciones, para que la gripe sea lo más leve posible. Si experimento taquicardia, sensación de ahogo, respiración rápida, opresión en el pecho, sudoración, temblores, náuseas, mareo, acudo corriendo al hospital más cercano para comprobar que no me estoy muriendo, que no me estoy volviendo loco, y me someto a las pruebas que me indiquen, me tomo la medicación que me prescriban, y me pongo en tratamiento para no volver a experimentar esos niveles de ansiedad. Si un día en una revisión me detectan hipertensión, aunque no haya tenido síntomas, trabajaré codo a codo con mi médico para controlarla y evitar sus efectos…

Sin embargo, cuando hablamos de una persona que tiene un problema por consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas, el desequilibrio físico, psicológico y social que experimenta, no hace que pida ayuda, ni que quiera dejar de consumir.

Cuando se demanda tratamiento generalmente es porque se ha producido una situación de crisis, entendiendo por crisis un problema familiar, de salud, laboral, económico, legal.

En un porcentaje muy significativo de la demanda de tratamiento, el detonante es la familia. La familia es la que da razones al afectado para ponerse en tratamiento. A pesar de la resistencia acepta, porque para la persona puede ser más importante el detener una presión o tranquilizar a un ser querido que el propio problema, y aunque no entienda ni vea la necesidad de cambiar, ya se puede empezar a trabajar con él desde el punto de vista motivacional y de la mano de la familia, para seguir dándole al ya pacientes, razones para dejar de consumir.

Como escribí en otra ocasión la familia se convierte en un héroe. Llegan a consulta muy cansados, han sido muchas las dificultades por las que han pasado hasta que por fin el paciente ha aceptado acudir a tratamiento, son héroes porque no ha sido nada fácil el camino hasta llegar aquí, y el camino ahora debe continuar…

PorInstituto Bitácora

Cambios bioquímicos durante la recuperación

Fases del proceso de recuperación

La adicción conlleva una serie de cambios en la bioquímica cerebral, que son, en parte, los responsables de que la persona siga consumiendo a pesar de los daños acaecidos. Cuando se produce la abstinencia y comienza la recuperación, las áreas cerebrales que sufrieron estos cambios, comienzan un proceso de reajuste bioquímico. Estos cambios y reajustes provocarán en la persona una serie de síntomas físicos y psicológicos, que irán variando en función de la etapa del proceso de recuperación en la que la persona se encuentre.

En la recuperación de las personas con adicción podrían distinguirse 4 fases o estadios. La duración y los síntomas de cada una de estas fases variarán en función de la sustancia consumida, y por supuesto, de las características individuales de cada persona.

Fase 1: Síndrome de abstinencia

Esta primera etapa comienza con la retirada de la sustancia, y se puede prolongar entre 1 y 2 semanas, en función de la sustancia consumida, del patrón de consumo (cantidad y frecuencia) y de otras características físicas y psicológicas propias de la persona.

En consumidores de alcohol, el síndrome de abstinencia se presenta con una importante sintomatología tanto física como psicológica, con especial intensidad cuando el consumo de alcohol ha sido alto. Pueden experimentar temblores, nauseas, palpitaciones, falta de energía, ansiedad, depresión, irritabilidad, insomnio, problemas de memoria y dificultades de concentración. El síndrome de abstinencia del alcohol es más intenso que el de las drogas estimulantes, llegando incluso a poder presentar alucinaciones, convulsiones o pudiendo alcanzar el delirium tremens en los casos más graves. En las circunstancias más extremas, algunas personas precisan ser hospitalizadas durante este período.

Para las personas que consumen estimulantes, la abstinencia se acompaña de depresión, falta de energía, insomnio o sueño excesivo, dificultades en la concentración, aumento del apetito y fuertes deseos de consumo.

No obstante, existen medicamentos que pueden disminuir la intensidad de estos síntomas en algunas personas. De esta forma, con la supervisión médica adecuada, esta primera fase del proceso de recuperación puede resultar algo más llevadera.

Fase 2: Abstinencia temprana

Esta etapa comienza una vez que se supera la barrera del síndrome de abstinencia. Tiene una duración de unas 4 semanas aproximadamente. En este período, y de manera especial los consumidores de estimulantes, los pacientes se sienten muy bien. Han superado la difícil etapa del síndrome de abstinencia, y además comienza a apreciar y disfrutar de las ventajas de una vida sin consumo. El entusiasmo y optimismo de este período es tal, que en ocasiones surge la falsa creencia de haber superado la enfermedad. Es importante que la energía y el entusiasmo característico de este período, se inviertan en crear hábitos e implicación en actividades que refuercen la recuperación y puedan prevenir una posible recaída.

Respecto a los consumidores de alcohol, en ellos el optimismo y la energía de esta etapa es menos intensa, pues el proceso de recuperación cerebral es distinto al de los consumidores de estimulantes. Es cierto que tras superar el síndrome de abstinencia presentan una mejoría considerable, pero algunos síntomas tales como el insomnio, el nerviosismo o las dificultades para concentrarse, pueden perdurar.

Fase 3: Abstinencia prolongada

Esta fase comienza en torno a la sexta semana tras haber detenido el consumo, y se prolonga hasta los 5 meses aproximadamente. Se podría decir que “el subidón” anímico y motivacional de la etapa anterior, ahora experimenta una bajada.
En esta etapa pueden aparecer síntomas físicos y psicológicos tales como irritabilidad, depresión, ansiedad, apatía, falta de energía y dificultades para concentrarse. De la mano de estos síntomas, es muy común que aparezcan fuertes deseos de consumo. La aparición de estos síntomas responde al curso natural de los cambios bioquímicos, al reajuste de la química cerebral tras la retirada de la sustancia. En esta etapa, el riesgo de recaídas es alto, por tanto, es importante que la persona se implique en actividades saludables que sean incompatibles con el consumo. El deporte es una muy buena herramienta para la prevención de recaídas.

Fase 4: Reajuste

Tras aproximadamente unos 5 meses después de la abstinencia, la recuperación cerebral es bastante significativa. La mayoría de los síntomas han desaparecido, y la persona empieza a percibir que puede hacer su vida con normalidad. En esta etapa, es importante que se continúe trabajando para reforzar un estilo de vida saludable, que la persona lleve una vida ordenada y que practique aficiones y haga deporte. En definitiva, se trata de afianzar la calidad de vida. Llevar una vida gratificante es un factor de protección ante los deseos de consumo que en ocasiones pueden aparecer. Además de eso, también es importante que la persona haya adquirido herramientas para afrontar estos deseos en aquellos momentos en los que aparezcan. Por último, también es importante que en este período la persona no pierda la conciencia del riesgo de recaída.

Referencias

Secades, R. M., Vales, E. C., Díaz, S. P., Rey, R. R., Zemsch, M. P., & Fernández, S. P. (2008). Manifestaciones y curso clínico del síndrome de abstinencia alcohólica en un hospital general. Revista clinica espanola, 208(10), 506-512.

López-Unguetti, L. (2019). Cocaína y Cerebro: Estudios recientes.

PorInstituto Bitácora

LA FAMILIA EN EL PROCESO DE DESARROLLO DE LA ENFERMEDAD.

Existen datos muy contrastados de la mejor evolución y eficacia de los tratamientos de los problemas por consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas, basados en intervenciones familiares. Con la implicación de la familia en el tratamiento se disminuye significativamente la tasa de abandono por parte del paciente, aumenta el nivel de compromiso del paciente, aumenta la adhesión al tratamiento, disminuyen las recaídas postratamiento, mejora el funcionamiento familiar y normaliza al paciente en cuanto a su incorporación social.

Por ello, desde Instituto Bitácora, en la atención de personas con problemas adictivos, trabajamos con la familia a lo largo de todo el proceso de tratamiento ya que su papel es fundamental, en algún caso determinante, para lograr un buen resultado.

Así, a lo largo de diferentes artículos vamos a intentar explicar cuál es el papel de la familia desde que detecta los primeros síntomas de la enfermedad hasta que el paciente recibe el alta de terapéutico.

LA FAMILIA EN EL PROCESO DE DESARROLLO DE LA ENFERMEDAD

Cuando hablamos de adicción, con o sin sustancias, nos referimos a una enfermedad que entre otras muchas características, que hemos ido y seguiremos explicando a lo largo de diferentes post, es una enfermedad insidiosa.

La Real Academia Española De La Lengua en su cuarta acepción, define como “insidioso-sa. Dicho de un padecimiento o una enfermedad que bajo una apariencia benigna, oculta gravedad suma”

Cuando hablamos de enfermedad insidiosa nos referimos a aquellas que comienzan de forma gradual, a aquellas cuyos síntomas van apareciendo lentamente, sin ser apreciables al principio, de manera que quien la padece no es consciente de ello.

En el caso de los problemas adictivos, la enfermedad en los inicios puede pasar desapercibida, entrando en la vida de la persona que la padece en silencio y de puntillas, y se va instalando casi sin hacer ruido para destruir poco a poco su bienestar físico, mental y social.

Además, si tenemos en cuenta que el alcohol, algunas drogas como el cannabis entre los más jóvenes, y determinadas conductas potencialmente adictivas como el uso de las nuevas tecnologías, forman parte de la normalidad, resulta entendible la dificultad en la detección de los primeros síntomas, la dificultad en darse cuenta de cuándo su uso pasa a ser un problema.

Los problemas o consecuencias negativas del consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas, no se dan habitualmente en los primeros contactos con la sustancia, o la conducta. El desarrollo de la enfermedad es un proceso. Un proceso en el que se pasa del uso, al abuso y finalmente a la enfermedad, la adicción.

Este proceso es un lento y progresivo camino de deterioro que va sufriendo la persona, y que la familia y allegados vive de manera paralela. Lo primero que suele suceder es que la familia empieza a ver pequeños cambios en su familiar, la familia empieza a ver, de una manera u otra, debido a que es una enfermedad insidiosa al principio es muy sutil, que algo está cambiando, que algo está sucediendo… y la maquinaria de la enfermedad que ya está en marcha sigue su curso… los cambios y los problemas, si dejamos el consumo a su libre evolución, inevitablemente irán a más…por lo que cuanto más se tarde en pisar el pedal de freno, más avanzará la enfermedad y más se verá alterada la organización de la familia, las costumbres, la comunicación y las relaciones afectivas.

De pequeños cambios se va pasando a cambios mayores, las cosas poco a poco se van complicando, y en este escenario muchas familias no saben cómo actuar ante el problema. Cuesta mucho entender que lo que está viviendo forma parte de la sintomatología de una enfermedad, le cuesta al paciente, y le cuesta a la familia. El no achacar estos cambios a un proceso de enfermedad, hace que muchas veces la familia se enfrente al problema con estrategias que pueden generar mucho malestar y que además pueden agravar el problema.

Siguiendo a Edwards, vamos a intentar describir cómo la familia suele actuar frente a las conductas adictivas y frente a las consecuencias que se derivan de ésta.

En primer lugar la familia duda de si el uso de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas es un problema. La familia minimiza el consumo o trata de convencerse de que pidiendo al afectado fuerza de voluntad, controlándolo o haciéndose cargo de las consecuencias negativas será suficiente para solucionar el problema y volver a la normalidad.

Pero si el consumo se mantiene, las cosas van empeorando en vez de mejorar, el deterioro a todos los niveles va aumentando. Al tratarse de una enfermedad cuya característica principal es la pérdida de control, la fuerza de voluntad no es suficiente, el afectado puede estar intentando dejar o disminuir el consumo sin lograr que su objetivo llegue a tener éxito, y la familia puede achacarlo a su propio fracaso, no al proceso de enfermedad, con lo que el malestar de ambas partes está asegurado. Por otra parte, el control sobre la persona que tiene el problema no solo no garantiza que ésta deje de llevar a cabo la conducta, sino que además interfiere negativamente en las relaciones interpersonales, generando distancia y ansiedad mutua que facilita que la enfermedad progrese. La familia también se ve en la obligación de hacerse cargo de las consecuencias negativas que el consumo va generando y de las responsabilidades que el afectado va dejando de cumplir, aumentando su sobrecarga e impidiendo además, que la persona que tiene el problema sea consciente de ello.

En función a las características de la familia como nivel de compromiso, tipo de comunicación, afectividad… la capacidad para reaccionar será de una manera u otra, siendo muy frecuente, debido a la dificultad para entender que los cambios y problemas que van surgiendo se deben al desarrollo de una enfermedad, que la conducta adictiva comprometa gravemente la estabilidad familiar. El desconcierto, la confusión, la tensión, el estrés, la alteración de las normas, la desconfianza, la frustración, los reproches, la culpa, el aislamiento, la incomunicación… se va instalando entre la persona con problemas y la familia, pasando a ser esta situación de distanciamiento físico y emocional, el caldo de cultivo perfecto para que la enfermedad siga avanzando.

El estado de tensión constante en el que vive la familia, por lo impredecible de la conducta de la persona que tiene el problema, por la resistencia de ésta a dejar de consumir, también tiene sus consecuencias negativas sobre la familia.

La familia puede presentar agotamiento por la constante angustia. Problemas emocionales como ansiedad, temor, desdicha. Sentimiento de culpa, porque se pregunta si el problema ha surgido porque no ha actuado bien, si se debe a su incapacidad para cuidar de la persona, se pregunta si es que ha defraudado al otro. Sentimientos de ambivalencia de tipo amor / odio. Sensación de privación emocional y pérdida afectiva. E incluso síntomas depresivos reactivos a las consecuencias del consumo.

Con este escenario, la familia se adapta o reacciona. La familia que se adapta a convivir con el problema, se organiza, o más bien se “desorganiza”, teniendo como centro el alcohol, las drogas o las conductas potencialmente adictivas. Lo que supone la cronificación del problema. La familia que reacciona, intenta buscar una solución para el paciente y para sí misma, aunque a veces no resulte fácil por la incapacidad del propio afectado para ver la realidad. Lo que supone el inicio de la resolución del problema.

Hasta aquí hemos contando, el difícil trayecto vital de la familia desde que empieza a percibir pequeños cambios, hasta que identifica el problema y se ve afectada. El cómo logra la familia que la persona con problemas acepte que necesita ayuda lo veremos en el siguiente artículo dedicado a la familia, “La Familia como principal factor de motivación al tratamiento”

PorInstituto Bitácora

Prepararse para la muerte

Quizás sea lo que todos tenemos más claro en este mundo y es que vamos a morir tarde o temprano. Este carácter universal de la muerte ha ocupado gran parte del pensamiento filosófico  y ha favorecido en el desarrollo de la medicina desde sus orígenes como un intento de controlar el curso de la vida para si no evitar, al menos, retrasar la muerte o hacerla lo más llevadera posible.

Pero podríamos decir que es imposible aprender a morir,  ya que no se parece a nada que hayamos pasado antes. Si la muerte no puede ser experimentada, ni explicada ni comprendida, ¿cómo podemos prepararnos para ella? Aunque no podemos experimentarla, sí que todos tenemos consciencia de ella y además para tener consciencia de muerte, de que vamos a morir, no hace falta estar al filo de la misma. Si bien no podemos aprender de la propia muerte, puesto que no podemos tener experiencia de ella, sí podemos prepararnos para morir.

Distintas religiones nos hablan de la vida más allá de la muerte, sino como cuerpo resucitado al menos de alma o espíritu. La afirmación de una forma de vida después de la muerte constituye la modalidad más común a la especie humana de hacer frente al misterio de la muerte y establece las bases de las distintas religiones en el culto a los muertos.

Nuestros antepasados vivían más de cerca la muerte que en la actualidad, la menor esperanza de vida, las epidemias, las guerras y hambrunas, hacían que la tuvieran más presente.

                ¿Cómo podríamos definir una “buena muerte”?

Tranquila, sin crisis agónicas, en paz espiritual.

                ¿Cómo prepararnos para una buena muerte?

Podemos diferenciar una preparación más próxima a la muerte y una preparación más remota.

Podemos comenzar por la preparación próxima que consistiría en los asuntos que tiene que ver directamente con los antecedentes y consecuentes inmediatos, como las herencias, testamento vital, donación de órganos, ritos funerarios, y preparar de la manera que nos gustaría que se realizasen.

Afrontar la fase final de la vida conlleva un proceso psicológico que se describe con 5 etapas:

Negación: la dificultad para creer la proximidad de la muerte, nos aferramos a la esperanza de un milagro, diagnóstico erróneo, rituales mágicos… tiene una importante función protectora y hay que respetarla. Es una reacción normal que permite amortiguar el impacto.

Ira: una rebelión contra todo y todos.

Negociación: todavía no, no ante de la boda de mi hija, no antes del nacimiento de mi nieta… La película “Mi vida sin mí” presenta el caso de una mujer que utiliza los dos meses que, según el diagnóstico médico, le quedan de vida para disponer el futuro de su marido y sus hijos, así como para vivir aquellas cosas que le hubiera gustado vivir y nunca tuvo o se permitió ocasión de hacerlo.

Tristeza: el paciente está cansado y se deja ir, puede desembocar en la resignación. En esta etapa tampoco consiste en estimular al paciente a mirar el lado alegre de las cosas únicamente, porque eso significaría que no debe pensar en la muerte inminente.

Aceptación: etapa de desprendimiento hacia las cosas y hacia los demás. En el momento del adiós, del perdón y la reconciliación.

El buen acompañamiento a la muerte de un moribundo consistiría en un acompañamiento profundamente humano en el proceso de morir, facilitando la expresión de los sentimientos, la elaboración del duelo por la pérdida, el cierre de los asuntos inacabados, a veces la mediación entre el paciente y sus familiares. A nivel psicológico también podemos intervenir en algunas cuestiones psicológicas que se pueden presentar en los días finales como, por ejemplo, resolver posibles miedos paralizantes, satisfacer la necesidad de despedirse, dar permiso para el viaje final, …

Para una preparación más remota, es decir, a la condición de mortal del ser humano, el tomar consciencia de que nos vamos a morir, ante la angustia por la muerte podemos tener tres tipos de miedo: a lo que viene después de la muerte, al hecho de morir y a la extinción del ser. Los dos primeros temores son relacionados con el propio proceso de morir y nos podemos preparar, como hemos dicho anteriormente, previendo disposiciones sobre el propio entierro, redactar el testamento vital, etc. El tercero de estos tres miedos, es el realmente básico, es el miedo a la extinción del propio ser, a inexistencia definitiva, ¿cómo podemos desde el punto de vista psicológico y existencial ayudar a la persona con la angustia de la propia extinción?

PorInstituto Bitácora

HABILIDADES PARA UNA COMUNICACIÓN EFICAZ (II)

Si recordáis en el anterior post sobre la comunicación,   hablamos de la importancia que tiene en las conversaciones con los demás aspectos como formular las preguntas adecuadas,  no  hablar excesivamente,  respetar las pausas,  darnos a conocer y  practicar la escucha activa. Ahora os pregunto… ¿Habéis puesto en práctica alguna de estas habilidades?, y si es así, ¿qué observáis en la otra persona?, ¿cómo os habéis sentido con la práctica?

En este post continuaremos hablando de algunas otras habilidades también a tener en cuenta de cara a una buena comunicación con los demás.

¿Qué habilidades son necesarias para una comunicación eficaz?

·      Hacer elogios sinceros: los elogios expresan un pensamiento o sentimiento positivo hacia otra persona. Pueden referirse a una cualidad que nos agrada (“Eres muy inteligente”), a su aspecto (“Ese vestido te sienta muy bien”) o a algo que le pertenece (“Me gusta tu jardín”). No se trata de adular sino de elogiar sinceramente, sin tratar de obtener nada a cambio.

Cuando nos acostumbramos a elogiar y a mostrar aprecio a los que nos rodean, suelen establecerse mejores relaciones y los demás tienden también a hacernos más elogios, resultando más atractivos para nuestros interlocutores. Además, les ayudamos a mejorar su autoestima.

Igualmente beneficioso es realizar verbalizaciones que refuerzan el discurso del interlocutor, al transmitir que estamos de acuerdo o comprendemos lo que acaba de decir. Algunos ejemplos serían: “Esto es muy divertido”, “Me encanta hablar contigo” o “Debes ser muy bueno jugando al futbol”. Otro tipo de frases menos directas sirven también para transmitir el interés por la conversación: “Bien”, “umm” o “¡Estupendo!”.

·      Aceptar elogios: para que los demás se sientan bien al hacernos elogios conviene que nos habituemos a escucharlos con agrado, sin negarlos ni ignorarlos y sin mostrarnos incómodos. Cuando no los aceptamos, el otro puede pensar que estamos cuestionando la validez de su elogio o su honestidad y puede sentirse mal.

·      Reformulación: consiste en resumir con las propias palabras lo que parece que el emisor acaba de decir. Es muy importante en el proceso de escucha ya que ayuda a comprender lo que el otro está diciendo y permite verificar si realmente se está entendiendo y no malinterpretando lo que se dice. Un ejemplo puede ser: “Entonces, según veo, lo que pasaba era que…”, “¿Quieres decir que te sentiste…?”.

·      Mostrarse de acuerdo en lo posible: cuando acostumbramos a discrepar demasiado de los demás, suelen sentir que no les comprendemos. Por eso, se aconseja que, si a nuestro juicio, la afirmación de alguien está equivocada, se lo digamos con cautela:  “Lo que dices es verdad y ahora, si me lo permites, voy a explicarte mi manera de verlo”, “Tu opinión me parece muy interesante y, desde mi punto de vista…”.

Se trata de mostrarnos de acuerdo, en lo posible, con el contenido de su mensaje, mostrando sobre todo respeto y comprensión por su opinión, aunque no la compartamos. En realidad, casi siempre podemos encontrar algo que respetar o admitir en las opiniones que expresen los demás, aunque no estemos de acuerdo con ellas.

·      Cuidar la comunicación no verbal: que debe de ir acorde con la verbal. Por tanto, decir por ejemplo ” ya sabes que te quiero” con cara de enfado dejará a la otra persona peor que si no se hubiera dicho nada.

También conviene que el contacto visual sea frecuente, pero no exagerado.

Todos estos aspectos son susceptibles de entrenamiento y mejora. Por ello os animo a que lo tengáis en cuenta,  lo pongáis en práctica en vuestras conversaciones cotidianas y observéis qué sucede en la otra persona y en vosotros…¡Cuanto más practiques mejor!

 

Ana Martín Almagro

 

 

PorInstituto Bitácora

La crisis de los 40

La crisis en mitad de la vida, o la crisis de los 40  como se conoce popularmente, no es que sea un punto fijo, es un fenómeno que suele suceder en el periodo comprendido entre los 35 y 50 años, es decir, en la vida adulta.

Parecen verdades simples y evidentes que esta vida es la única que tenemos y que transcurre en el tiempo, sin embargo, así dicho a todos nos da vértigo, por eso, muchas veces no nos paramos a pensarlo o lo olvidamos para ir viviendo como si el tiempo no pasara.

Personas en estas circunstancias son en muchas ocasiones las que nos llegan a la consulta, cuando la persona toma consciencia de que el tiempo pasa y lo fugaz que puede ser la vida y surge la pregunta ¿y qué he hecho yo con mi vida?

En esta época, algunos quieren comprometerse en su relación de pareja mientras otros quieren divorciase, algunos buscan estabilidad en el trabajo mientras otros buscan cambiar de ocupación radicalmente, otros de trabajar menos y disfrutar de más tiempo libre, algunos desean tener hijos mientras otros sueñan con que sus hijos se vayan de casa…y esto es porque en la primera mitad de la vida hemos dado prioridad a unos aspectos mientras otros han quedado en un segundo plano, en las sombras, por ejemplo, una mujer que ha dado prioridad a la maternidad en la primera mitad de la vida y ha pospuesto su desarrollo profesional y cuando los hijos crecen y ya no la necesitan tanto sale a la luz eso que había dejado en la sombra, y empieza a convertirse en prioritario, y se plantea retomar unos estudios que abandonó.

Vivir es enfrentarse continuamente  a cambios y un continuo de transición, si tenemos en cuenta que desde que nacemos hasta que nos morimos vamos pasando por distintas fases del ciclo vital. Por ejemplo, desde que somos pequeños y nace un hermano, tenemos que adaptarnos y pasar de ser hijo único a ya no ser el principal centro de atención, si tenemos padres sensible que nos ayudan a este proceso no tenemos porqué pasar una crisis en esta situación o al menos que no sea una crisis muy grande. La adolescencia también es una época de cambios, de crisis de identidad, en la adolescencia uno se construye su personalidad y quien es, definiéndose a sí mismo y busca un proyecto de a qué quiere dedicarse en la vida. El siguiente momento de crisis más significativo suele ser el de la mitad de la vida.

Hay un autor, Erikson, que dice que la vida en sociedad en la que vivimos requiere que los adultos sean productivos y contribuyan como miembros activos al bien común, por ejemplos al criar a los hijos, o en el trabajo o una actividad humanitaria. Si la persona llega la mitad de la vida y lo que ha conseguido está por debajo de sus expectativas se puede sentir insatisfecho o estancado, y pueden aparecer manifestaciones como la tristeza o la ansiedad. La persona se puede sentir como que no se ha desarrollado y que está “atrapado en una vida de solo obligaciones” pero sin un sentido de satisfacción ni realización personal, se puede sentir como “muerto en vida” o que “es otra persona” o que “no sabe quién es”.

Un sentimiento de estancamiento no tiene por qué ser negativo, incluso puede servir para que la persona sea más consciente de sus necesidades.

En mitad de la vida tenemos dos tareas fundamentales, reevaluar el pasado y modificar el futuro en la propia vida. Al mirar hacia atrás lo que haremos será examinar los logros alcanzados en todos los aspectos, y qué hemos conseguido de lo que cuando éramos pequeños nos ilusionaba y decíamos “yo cuando sea mayor quiero ser…” pero y ahora ya soy mayor ¿qué?. Al repasar el pasado y conforme vamos cambiando inevitablemente vamos introduciendo cambios en el futuro, esta tarea no es fácil y, en ocasiones, es necesario un apoyo psicoterapéutico para no encontrarse tan perdido.

En mitad de la vida no damos cuenta que se nos acabará tarde o temprano y empezamos a pensar en el tiempo disponible, aunque desde muy temprano sabemos que moriremos algún día es como que somos más consciente cuando llegamos a este tiempo, y nos planteamos cuestiones como “yo quiero volver a sentirme vivo”, “he perdido la chispa de la vida”.

Es como si necesitáramos vivir más auténticamente y darle un sentido a nuestra vida, cuestión que antes ni nos lo planteábamos porque teníamos todo un futuro por delante y la muerte estaba muy lejos, pues bien, este futuro ya está aquí, ya ha llegado y no sabes qué hacer con él ¿ te suena esta situación?

 

Dra. Mª Carmen López Alanís

PorInstituto Bitácora

Terapia familiar en Esquizofrenia

Uno de los servicios que ofrecemos en el Instituto Bitácora es la intervención con la familia cuando sea necesario y con cualquier tipo de patología. Hoy nos gustaría hablar un poco de la terapia familiar en una de las enfermedades mentales más temidas, la esquizofrenia.

La esquizofrenia fue la que inspiró a algunos autores en los años 60 – 70 para crear el concepto de “terapia familiar”.  Inicialmente investigaron si la familia podría contribuir en la aparición de la enfermedad, después se llegó a la conclusión que hay muchos factores que influyen en su génesis y que el poder trabajar con las relaciones familiares ayuda a evitar recaídas y mejorar las condiciones de vida del paciente, realmente como en otros trastornos.

La esquizofrenia es una enfermedad muy compleja, para explicar su causa hay muchas teorías y, como para todo lo que hay muchas posibles hipótesis sin que ninguna se haya demostrado claramente, también hay muchas posibles alternativas para abordar su tratamiento.

En primer lugar influyen los factores biológicos, la biología es como el hardware del ordenador, la parte física, tangible, todo “lo que se puede ver y tocar”, el cerebro y sus neurotransmisores, y el software,  las instrucciones que el ordenador necesita para funcionar, “lo que no se pueden ver ni tocar”, serían los aspectos de las relaciones entre las personas, que es lo que se trabaja en la terapia familiar.

Podemos decir que cualquiera que sea “la causa de la esquizofrenia”‘, los pacientes con esta enfermedad parecen tener un “‘déficit psicológico” que aparenta aumentar su vulnerabilidad a estímulos internos y externos.

La terapia pretende disminuir la vulnerabilidad del paciente a la estimulación, mediante la administración de medicamentos antipsicóticos  (actuando sobre los estímulos internos, el hardware) y la disminución de la cantidad de estimulaciones provenientes del medio familiar, ya que es el contexto primario dentro del cual funciona el paciente (actuando sobre los estímulos externos, el software).

Una situación en la que se tiene un miembro psicótico es muy difícil para la familia, más efectiva será la intervención familiar cuando se pueda aplicar a personas jóvenes y con factores de buen pronóstico  como por ejemplo un buen funcionamiento antes de los primeros síntomas o del primer brote, con una adecuada actividad social y sin trastornos previos de personalidad.

Objetivos de la terapia familiar en esquizofrenia son:

 

Aumentar la autoconfianza familiar y el conocimiento de la enfermedad, disminuyendo de esta manera, la ansiedad familiar ante los pacientes y aumentando su habilidad de manejo hacia ellos, proveer a las familias con información acerca de la enfermedad y su manejo (por ejemplo, las personas con esquizofrenia pueden presentar “síntomas negativos” como la apatía, falta de interés, el embotamiento emocional o el retraimiento social… si los familiares comprenden que esas conductas son fruto de la enfermedad, y no es un estado de “vagancia” serán menos críticos y disminuirán el nivel de emociones expresadas negativas y, de esa forma, también disminuirán las recaídas del paciente ).

Otra meta es capacitar a los miembros de la familia para sentirse menos aislados y estigmatizados, del mismo modo que también tenemos que tener en cuenta que hay que ajustar las expectativas acerca del paciente, al mismo tiempo que imponer límites y favorecer su autonomía así como sistemas de apoyo.

 

Dra. Mª Carmen López Alanís

PorInstituto Bitácora

Habilidades para una comunicación eficaz

Aunque comunicarse parece simple, mucho de lo que comunicamos, con frecuencia se interpreta erróneamente o no se entiende bien. Esto puede causar conflictos en nuestras relaciones personales o profesionales.

Lo interesante de este tema es que la comunicación, al igual que otras competencias, se puede aprender y practicar.

En este post nos centraremos en algunas de las habilidades que resultan necesarias de cara a  mantener conversaciones y una buena comunicación.

¿Qué habilidades son necesarias para una comunicación eficaz?

 

  •         Formular preguntas adecuadas: por lo general deben ser oportunas, que no resulten molestas al interlocutor, centrarse en temas que interesen al otro y no ser excesivamente cerradas.

Las preguntas cerradas (“¿prefieres pizza o ensalada?”, “¿de dónde eres?”, etc.) si se usan en exceso obstaculizan la comunicación, mientras que las abiertas (“¿qué te ha parecido la noticia?”, “¿qué haces el fin de semana?”, etc.) ayudan a que la conversación alcance mayor profundidad.

  •         No hablar excesivamente y respetar las pausas en las conversaciones: puede ser útil aprovechar las pausas para volver a un tema anterior o para abordar un tema nuevo. Sabemos que hablar demasiado es un defecto bastante común y una de las habilidades sociales más importantes es la de saber escuchar y guardar silencio cuando sea oportuno.
  •       Darnos a conocer: consiste en comunicar información acerca de nosotros mismos: de cómo pensamos y sentimos, de nuestros problemas, deseos y proyectos. Estas autorrevelaciones permiten que la comunicación fluya.

Por ejemplo, si alguien que acabamos de conocer nos pregunta: “¿cuál es tu profesión?”, y nos limitamos a responder “comercial”, cerramos la comunicación. En cambio, si respondemos expresando algo más de nosotros mismos como “trabajo en una multinacional, llevando tal tipo de gestiones…”, esa información adicional permite que la otra persona nos haga más preguntas y exprese su opinión.

Tanto al darnos a conocer como a la hora de hacer preguntas, conviene ser cautos para evitar que el otro pueda sentirse mal o tener una mala imagen de nosotros. Por eso se suele ir poco a poco, desde un nivel más superficial hasta otro más profundo. Se puede empezar hablando con frases hechas (“buenas, ¿cómo estás?”), para a continuación hablar de hechos o sucesos (“hoy he tenido mucho trabajo”), después de opiniones (“me parece interesante ir a museos”) y, finalmente, de sentimientos (“me siento más nervioso últimamente”).

Cuando no se respeta esta progresión y se expone o pregunta información personal demasiado pronto, el interlocutor tiende a sentirse mal.

En el extremo contrario, está comprobado que si no hablamos nunca de nosotros mismos, los otros se sentirán incómodos o se alejarán, pues nos considerarán personas misteriosas, poco de fiar o que no tenemos nada que decir.

  •         Escucha activa: significa escuchar y entender la comunicación desde el punto de vista del que habla. Se refiere a la habilidad de escuchar no sólo lo que la persona está expresando directamente, sino también los sentimientos, ideas o pensamientos que subyacen a lo que se está diciendo.

 

Para llegar a entender a alguien se precisa asimismo cierta empatía, es decir, saber ponerse en el lugar de la otra persona. Así, cuando mantenemos una actitud de escucha activa, la otra persona siente que es muy agradable hablar con nosotros.

Saber escuchar, es uno de los principios más importantes y difíciles de todo el proceso comunicativo. A pesar de existir la creencia errónea de que se escucha de forma automática, escuchar requiere un esfuerzo superior al que se hace al hablar y también del que se ejerce al escuchar sin interpretar lo que se oye.

De hecho, la falta de comunicación que se sufre hoy día, se debe en gran parte, a que no se sabe escuchar a los demás y se está más tiempo pendiente de nuestro propio discurso. En esta necesidad propia de comunicar, se pierde la esencia de la comunicación: poner en común y compartir con los demás.

En el siguiente post terminaremos de exponer las habilidades que necesitamos para conseguir una comunicación eficaz.

 

Ana Martín Almagro

 

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