Aunque comunicarse parece simple, mucho de lo que comunicamos, con frecuencia se interpreta erróneamente o no se entiende bien. Esto puede causar conflictos en nuestras relaciones personales o profesionales.
Lo interesante de este tema es que la comunicación, al igual que otras competencias, se puede aprender y practicar.
En este post nos centraremos en algunas de las habilidades que resultan necesarias de cara a mantener conversaciones y una buena comunicación.
Las preguntas cerradas (“¿prefieres pizza o ensalada?”, “¿de dónde eres?”, etc.) si se usan en exceso obstaculizan la comunicación, mientras que las abiertas (“¿qué te ha parecido la noticia?”, “¿qué haces el fin de semana?”, etc.) ayudan a que la conversación alcance mayor profundidad.
Por ejemplo, si alguien que acabamos de conocer nos pregunta: “¿cuál es tu profesión?”, y nos limitamos a responder “comercial”, cerramos la comunicación. En cambio, si respondemos expresando algo más de nosotros mismos como “trabajo en una multinacional, llevando tal tipo de gestiones…”, esa información adicional permite que la otra persona nos haga más preguntas y exprese su opinión.
Tanto al darnos a conocer como a la hora de hacer preguntas, conviene ser cautos para evitar que el otro pueda sentirse mal o tener una mala imagen de nosotros. Por eso se suele ir poco a poco, desde un nivel más superficial hasta otro más profundo. Se puede empezar hablando con frases hechas (“buenas, ¿cómo estás?”), para a continuación hablar de hechos o sucesos (“hoy he tenido mucho trabajo”), después de opiniones (“me parece interesante ir a museos”) y, finalmente, de sentimientos (“me siento más nervioso últimamente”).
Cuando no se respeta esta progresión y se expone o pregunta información personal demasiado pronto, el interlocutor tiende a sentirse mal.
En el extremo contrario, está comprobado que si no hablamos nunca de nosotros mismos, los otros se sentirán incómodos o se alejarán, pues nos considerarán personas misteriosas, poco de fiar o que no tenemos nada que decir.
Para llegar a entender a alguien se precisa asimismo cierta empatía, es decir, saber ponerse en el lugar de la otra persona. Así, cuando mantenemos una actitud de escucha activa, la otra persona siente que es muy agradable hablar con nosotros.
Saber escuchar, es uno de los principios más importantes y difíciles de todo el proceso comunicativo. A pesar de existir la creencia errónea de que se escucha de forma automática, escuchar requiere un esfuerzo superior al que se hace al hablar y también del que se ejerce al escuchar sin interpretar lo que se oye.
De hecho, la falta de comunicación que se sufre hoy día, se debe en gran parte, a que no se sabe escuchar a los demás y se está más tiempo pendiente de nuestro propio discurso. En esta necesidad propia de comunicar, se pierde la esencia de la comunicación: poner en común y compartir con los demás.
En el siguiente post terminaremos de exponer las habilidades que necesitamos para conseguir una comunicación eficaz.
Ana Martín Almagro
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