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PorInstituto Bitácora

¿Sabes identificar la ira?

La ira es una emoción que forma parte de la naturaleza del ser humano y que como tal es positiva y necesaria para la supervivencia. De hecho, puede ayudarnos a salir victoriosos de situaciones en donde alguien se ve obligado a defenderse. Es decir, la ira puede ser un instrumento vital en manos de una persona, siempre que la sepa controlar y valerse de ella cuando la necesite.

Sin embargo, cuando la ira domina o desborda a la persona, cuando se dirige de forma desmedida hacia otros seres humanos, produciendo consecuencias muy negativas para el bienestar de los demás y de uno mismo, e incluso cuando aparece en situaciones innecesarias, se trata ya de una ira desadaptativa o problemática. En los momentos de ira, es como si nuestro cerebro emocional secuestrara el control del cerebro racional, siendo durante un tiempo el sujeto incapaz de tomar decisiones adecuadas.

Además, es una emoción que está muy determinada por los pensamientos negativos que surgen antes y por las creencias de cada persona, mucho más que por las hormonas o la herencia genética.

Así, pues, cometer errores, no alcanzar unos objetivos determinados, y vivir una situación injusta o embarazosa, pueden ser circunstancias que ayuden a disparar los sentimientos de frustración y rabia. En estos casos, nuestro organismo produce excesiva noradrenalina, que es un “asesino” en potencia. Cuando una persona se enfada y tiene ganas de discutir, hace más daño a quien menos se imagina: a ella misma.

Físicamente la ira puede producir hipertensión, úlceras, urticaria, palpitaciones cardíacas, insomnio, cansancio e incluso enfermedades cardíacas, y psicológicamente, es capaz de acabar con las relaciones afectivas, interfiere con la comunicación, conduce a la culpabilidad y la depresión y en general interfiere con tu vida.

Estos sentimientos de rabia  oscilan desde una simple irritación temporal hasta explosiones fuertes de ira, pudiéndose a veces no manifestarse a través de la conducta, que es lo que llamamos ira interna, cuando decimos que “la procesión va por dentro”, o bien mostrando públicamente su irritación, la ira externa.

En próximos post  nos centraremos en los pensamientos negativos que en gran parte determinan la ira, así como en las técnicas para canalizar nuestra ira.

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¿Cómo podemos afrontar el estrés?

El primer paso para afrontar el estrés de manera eficaz es comprenderlo, identificar cómo funciona y reconocer las fuentes de estrés que cada uno tiene. El segundo paso es adquirir las habilidades para combatirlo.

Conviene recordar que una parte importante de las situaciones de estrés son autogeneradas, es decir, nos las creamos nosotros mismos. En unos casos porque interpretamos como amenazantes situaciones que pueden no serlo (por ejemplo, un atasco de tráfico). En otros casos buscamos las situaciones estresantes (por ejemplo, abarcando más trabajo del que podemos hacer).

Por tanto, no estamos sometidos sin remedio a una vida excesivamente estresante. La superación del estrés es una habilidad que puede adquirirse, y así poderlo controlar y combatir.

Un aspecto que conviene tener en cuenta es que la pérdida de control, real o imaginaria, es uno de los estresores más potentes. Hay que tener presente que todos los problemas tienen varias partes: la parte que podemos controlar por medio de nuestras acciones, y la parte sobre la que no tenemos control.

Por tanto, una buena forma de afrontar estas situaciones reside en identificar cuándo tenemos control y cuándo el control no está en nuestras manos.

Decía un sabio en sus oraciones: “Señor, dame la fuerza necesaria para cambiar las cosas que puedo cambiar, la paciencia para aceptar las cosas que no puedo cambiar y la sabiduría para poder distinguir entre ambas”.

A continuación hablaremos de algunas técnicas para hacer frente al estrés:

Técnicas generales: consisten en dotar a la persona de recursos personales de carácter general, como:

  • Dieta: conviene comer sano, evitando las comidas que sobrecargan a nuestro organismo con pesadas digestiones u otras consecuencias negativas (colesterol, obesidad, etc.). No abusar del alcohol en las comidas. Es bueno aprovechar la comida como momento de descanso y ruptura con nuestras actividades laborales.
  • Ejercicio físico: la practica moderada de algún deporte o ejercicio físico ayuda a relajarnos. Cuando realizamos ejercicio nuestro organismo segrega una serie de hormonas que hace que disfrutemos durante y después de la actividad física.
  • Descanso: dormir lo suficiente, en torno a ocho horas. Tomar fines de semana y vacaciones como tiempo de descanso. Dejar el trabajo y preocupaciones relacionadas con él en la oficina. Descansar de las tecnologías, pues nuestro cerebro no está preparado para eso, y resulta estresante prestar atención constante a todos los estímulos.
  • Organización: la organización del tiempo y de nuestras actividades, estableciendo horarios,  es fundamental para poder descansar, para no estar preocupados ni sufrir olvidos importantes.

    También hay que saber seleccionar actividades cuando no podemos hacer todo, pues abarcar demasiado es “la madre del estrés”. No pasa nada porque reconozcamos nuestros límites y evitemos las situaciones en las que sentimos que “se nos escapa de las manos”, pues ello nos ayudará a disminuir el estrés cotidiano.

    • Realizar actividades placenteras: al igual que con el ejercicio físico, también se segrega serotonina (hormona del placer) cuando realizamos actividades que nos resultan satisfactorias.
    • Apoyo social: fomentar las relaciones sociales puede resultar una fuente de ayuda psicológica.
    • El buen humor y la distracción: Contribuyen a relativizar la importancia de los problemas.

    Técnicas cognitivas: las utilizamos para cambiar el pensamiento y modificar las interpretaciones erróneas sobre nuestros propios recursos o respecto a lo que se nos pide en una situación.

    • Cambiar el modo de interpretar las situaciones y los problemas: el estrés que nos produce una situación o problema depende de las consecuencias que prevemos, pero a veces exageramos las consecuencias negativas (hipervaloramos la probabilidad de que ocurra algo malo, anticipaciones negativas y empezamos a sufrir un problema que no existe…). Así, si cambiamos la manera en que percibimos una situación que nos desborda, podremos disminuir el nivel de estrés que nos genera tal situación, además de disminuir también otras emociones negativas asociadas.
    • Buscar alternativas: consiste en tener habilidad resolutiva y flexibilidad de pensamiento. Además, todos hemos experimentado el que en algunas ocasiones el preocuparse no sirve de nada, por lo tanto lo mejor en esas situaciones consiste en buscar una alternativa de pensamiento, en la línea de “como no puedo solucionarlo, ¿qué otra cosa puedo hacer en otra dirección?”.
    • Técnicas fisiológicas: buscan reducir los niveles de activación en el organismo, centrándose directamente en los componentes fisiológicos.
    • Entrenamiento en técnicas de control de ansiedad y estrés: practicar técnicas de relajación y respiración con cierta asiduidad, de cara a utilizarlas en los momentos en que nos encontramos peor.

    Hoy en día hay muchas corrientes que nos enseñan a vivir el momento presente, a saborearlo y a disfrutarlo, como la práctica de mindfulness, yoga o meditación.

    Técnicas conductuales: centradas en qué conductas o estrategias podemos realizar para hacer frente al estrés.

    • Entrenamiento en asertividad: mediante esta técnica se consigue mayor capacidad para expresar los sentimientos, deseos y necesidades de manera libre y clara, respetando los puntos de vista del otro. Un ejemplo de ello es aprender a decir no o a expresar nuestras emociones negativas de forma asertiva. En muchas ocasiones guardamos nuestro malestar para evitar conflictos porque “no es tan importante”o “ya se me pasará”…, lo cual puede aumentar nuestro estrés diario.
    • Entrenamiento en habilidades sociales: consiste en enseñar conductas que tienen más probabilidad de lograr éxito en las situaciones sociales o a la hora de conseguir una meta personal.
    • Entrenamiento en solución de problemas y toma de decisiones: se ayuda a la persona a tomar decisiones siguiendo un proceso lógico, que consiste en planteamiento del problema, análisis de alternativas (pros y contras), elección de la menos mala y una vez elegida no volver atrás.

    Resulta importante no analizar continuamente el problema, ya que eso produce ansiedad. Tampoco es aconsejable dejar pasar los problemas, sino afrontarlos y decidiendo qué es lo mejor en cada caso.

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    ¿Qué síntomas suelen aparecer ante el estrés?

    El estrés supone una reacción compleja a nivel biológico, psicológico y social. Sabemos que a nivel psicológico muchos síntomas producidos por el estrés pueden ser percibidos e identificados por la persona que lo sufre. La reacción más frecuente cuando nos encontramos sometidos a una reacción de estrés es la ansiedad.

    Los síntomasde ansiedad más frecuentes son:

    • A nivel mental:
      • Incapacidad de concentración.
      • Falta de memoria; más errores.
      • Disminución del rendimiento general.
      • Inseguridad.
      • Dificultad para decidir.
      • Ideas obsesivas y angustiantes.
      • Pensamientos negativos sobre uno mismo.
      • Valoración catastrofista de la realidad.
      • Incapacidad para terminar una cosa antes de empezar otra.
      • Tener mucho que hacer y no saber por dónde empezar.
    • A nivel físico:
      • Falta de energía.
      • Tensión muscular.
      • Dolores de cabeza.
      • Dificultades respiratorias.
      • Dificultades para tragar.
      • Sequedad de boca.
      • Palpitaciones.
      • Aumento de la tensión arterial.
      • Sudoración.
      • Temblor.
      • Mareo.
      • Náuseas.
      • Molestias en el estómago.
      • Problemas en la piel
      • Caída del cabello, etc.
    • A nivel de comportamiento:
      • Comportamientos impulsivos: comer con mucha ansiedad y en grandes cantidades, beber o fumar en exceso o gastar demasiado dinero.
      • Conductas hostiles y agresivas.
      • Alteración de las horas de sueño: problemas de insomnio, dormir poco o dormir mucho.
      • Intranquilidad motora: movimientos repetitivos, tocarse, rascarse, etc.
      • Tartamudear.
      • Evitación de situaciones temidas.
      • Quedarse paralizado.
      • Ir de un lado a otro sin una finalidad concreta.
    • A nivel emocional: el estrés, además de producir ansiedad, puede producir otras reacciones emocionales, que también podemos reconocer:
      • Enfado o ira.
      • Irritabilidad.
      • Impaciencia.
      • Angustia.
      • Preocupación.
      • Miedos.
      • Tristeza/depresión.
      • Estallidos emocionales.
      • Baja autoestima.
      • Sentimientos de soledad.
      • Frustración.
      • Culpabilidad.

    Finalmente comentar, que si el estrés es muy intenso y se prolonga en el tiempo, puede llegar a producir enfermedades físicas y mentales.

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    Comunicación y emociones

    En esta ocasión hablaremos de los conflictos relacionados con la COMUNICACIÓN y con las EMOCIONES.

    Una comunicación inadecuada es una de las dificultades más comunes que podemos encontrar en las relaciones familiares, pudiendo darse tanto entre los progenitores como de padres a hijos y viceversa. Cuando se da este tipo de comunicación, esta se convierte en una herramienta ineficaz, pues no les ayuda a resolver conflictos ni a expresar sus sentimientos, acumulando situaciones no resueltas. Entre los errores más frecuentes de comunicación familiar encontramos:

    • Realizar afirmaciones radicales del tipo “blanco o negro”.
    • Generalizar en exceso, refiriéndose a conductas que suceden de vez en cuando como si ocurrieran continuamente (Ej. “nunca estudias”; “siempre estás pegando a tu hermano”).
    • No reconocer ninguna afirmación del otro aunque sea parcialmente.
    • Negarse a reconocer la parte de responsabilidad que a cada uno le corresponde en un conflicto.
    • Juzgar los mensajes que recibes (Ej. “qué comentario tan absurdo”).
    • Abusar de los “deberías”, es decir, de cómo deberían actuar o pensar los demás (Ej. “deberías de pensar como yo”; “deberías de ser siempre amable conmigo”). En lugar de ello, mejora nuestra comunicación con los demás si nos expresamos en términos de “qué te parece si…”, “quizás te convenga…”.
    • Responder de malos modos a la otra persona e incluso llegar a insultar al otro.
    • Poner etiquetas (“eres torpe”; “eres un desastre”). Tanto las etiquetas que parecen positivas, como las que claramente son negativas, pueden contribuir al desarrollo de una autoestima dañada.
    • Utilizar un lenguaje poco concreto, así como describir los problemas en términos poco concretos, pues no ofrecen conductas concretas para poder cambiar.
    • Negarse abiertamente a tocar ciertos temas de conversación.

    Por otro lado, algunos de los conflictos relacionados con las EMOCIONES son los siguientes:

    • Dificultad para controlar las reacciones emocionales alteradas, como el miedo, la rabia, el abatimiento, la agresividad. Esto sucede de manera especial entre los adolescentes, pero del mismo modo puede suceder en los progenitores.
    • Dificultad para expresar las propias emociones: en muchas ocasiones el conflicto se da porque no expresamos nuestros sentimientos y vamos aguantando, sin que el resto de miembros de la familia sean conscientes de que algo nos sucede. La realidad es que no podemos guardarlo sin más, pues esto nos hace daño y va quemando hasta que estallamos.
    • Dificultad para comprender las emociones de los demás: en otras ocasiones el conflicto se da porque no sabemos interpretar lo que la otra persona nos transmite con sus gestos, su actitud, etc. y esa incapacidad puede resultar un obstáculo en la relación.

    Con todas estas posibilidades de encontrar conflictos en las relaciones familiares, es muy importante tener en cuenta las formas adecuadas e inadecuadas de resolver dichos conflictos para que estos sean resueltos positivamente.

    En primer lugar comentaremos alguna de las maneras inadecuadas de afrontamiento que pueden darse tanto por parte de los padres como de los hijos, como:

    • Agresiva: es el caso de menores que se niegan a aceptar las normas y límites de sus padres, pudiendo conllevar en los hijos insultos, descalificaciones, empujones, agresiones…hacia sus padres. También es un patrón de respuesta de algunos padres, más frecuente en aquellos que en su manera de educar suelen imponer sus criterios con rigidez y temor.
    • Pasiva/evasiva: en el caso de los hijos el ejemplo más claro lo tenemos en su actitud de pasotismo, “paso”, “no me importa”, “me da igual”, etc. Esta respuesta se da en los padres que se refugian en su trabajo para no afrontar abiertamente los problemas y la convivencia. También sucede en padres que no intervienen ante las conductas tiránicas de sus hijos, asumiendo su incompetencia educativa.

    En contraposición, la forma más adecuada de resolver dichos conflictos es la comunicación asertiva. Esta comunicación es útil para expresar tanto lo que queremos como lo que no queremos y llegar a acuerdos que resulten beneficiosos a todos los miembros implicados.

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    ¿Qué función tiene la familia?

    La mayoría de autores sobre este tema coinciden en señalar a la familia como el núcleo esencial de desarrollo humano, y el escenario que nos permite aprender desde niños a afrontar retos y asumir responsabilidades.

    La familia como institución social ha pasado por importantes transformaciones en los últimos años, y sigue haciéndolo intentando adaptarse a los nuevos cambios de nuestra sociedad.

    En esta ocasión vamos a hablar de cómo es el modelo de familia en la actualidad y de su manera de funcionar, es decir, del tipo de interacciones que tienen lugar entre sus miembros.

    LA INFLUENCIA DE LA FAMILIA

    Es conocido que la familia es una institución que influye con valores y pautas de conducta que son presentados inicialmente por los padres. Así, éstos les muestran normas, costumbres y valores como la verdad, la disciplina, el respeto, la autonomía, la afectividad, etc, que ayudan a que los hijos puedan enfrentarse y adaptarse a las características sociales que les han tocado vivir.

    La familia es quien mejor puede promover su desarrollo personal, social e intelectual. Además, es la familia quien habitualmente puede protegerlos mejor de diversas situaciones de riesgo.

    En nuestra sociedad, los niños y adolescentes reciben la influencia de contextos diferentes a la familia, influencia que aumenta a medida que se desarrollan y aumentan las interacciones sociales en las que participan. Además de los miembros familiares, figuran muchos otros agentes e instituciones que juegan un papel de peso en el desarrollo infantil y adolescente, como los amigos y compañeros de clase, la propia escuela, los medios de comunicación de masas, las redes sociales, etc.

    Sin embargo, a pesar de que haya otros agentes en la vida de los hijos, la familia sigue siendo el contexto de mayor importancia, puesto que las relaciones familiares se caracterizan por una especial intensidad afectiva y capacidad configuradora sobre las relaciones posteriores fuera de la familia.

    Son muchas y muy importantes las funciones de la familia en relación a los hijos. Una de las funciones básicas consiste en aportarles el clima de afecto y apoyo emocional necesarios para un posterior desarrollo psicológico saludable.

    Una segunda función es la de estimularlos, y ayudarlos a desarrollar la capacidad para relacionarse de modo competente con su entorno físico y social.

    ¿HA CAMBIADO EL MODELO DE FAMILIA?

    Como se puede constatar, el modelo tradicional de familia ha sufrido una progresiva transformación en Occidente. Esta evolución ha ido produciéndose en consonancia con los cambios sociales e históricos que han afectado al propio concepto de infancia y a la visión del papel de la familia en el desarrollo de sus hijos, dando lugar a los distintos modelos de familia que conocemos en la actualidad. Tanto es así que hay autores que hablan de una crisis de la familia como institución social, que se manifiesta sobre todo por el rechazo de valores tradicionales (respeto, honestidad, fidelidad, dependencia…..).

    La disminución del número de matrimonios y el aumento de sus separaciones nos indican cambios. En nuestros días las familias tienden a ser más “inestables” que en otras épocas, con facilidad a la ruptura, y los hijos son un bien escaso, pues suponen un elevado coste económico y personal. Es difícil ver familias numerosas a la antigua usanza.

    El “cambio” en la sociedad postmoderna es un síndrome permanente, ya que hoy en día todo es inestable, los trabajos, los afectos, las ideologías…al igual que la familia. Ejemplos de ello es que actualmente nos es difícil pensar en el trabajo o en una pareja “para toda la vida”.

    Actualmente no existe ya un único modelo de familia, en contraste con décadas atrás donde sólo se tenía una concepción de la familia, como nuclear, conformada por padre y madre e hijos.

    En relación a esta diversidad de modelos familiares, quizás la más evidente sea la aceptación de las parejas no casadas con hijos. También ha crecido el número de familias monoparentales (en mayor medida de la madre con hijos). Otros modelos que van en aumento son las familias adoptivas, reconstituidas y parejas sin hijos entre otras.

    ¿CÓMO FUNCIONA UNA FAMILIA?

    La familia se considera hoy un sistema complejo, en constante evolución y con diversas e importantes funciones en relación al desarrollo de los hijos.

    De acuerdo con Allard, las funciones de una familia están relacionadas con cubrir una serie de necesidades básicas:

    Necesidad de tener: se refiere a lo material, a los aspectos económicos y educativos necesarios para vivir.

    Necesidad de relación: la familia enseña a socializarse, a comunicarse con los demás, a querer y sentirse queridos, etc.

    Cuando la familia tiene que afrontar presiones de fuera o de dentro de la propia familia, lucha por mantener el equilibrio, pero sabemos que cualquier cambio en uno de sus miembros influye en todos los demás miembros de la familia. Debido a esta estrecha e íntima relación, la conducta de cualquiera de ellos puede afectar a la dinámica de la familia.

    Necesidad de ser: la familia debe proporcionar un sentido de identidad y autonomía.

    Cuando la familia tiene que afrontar presiones de fuera o de dentro de la propia familia, lucha por mantener el equilibrio, pero sabemos que cualquier cambio en uno de sus miembros influye en todos los demás miembros de la familia. Debido a esta estrecha e íntima relación, la conducta de cualquiera de ellos puede afectar a la dinámica de la familia.

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    Claves para la recuperación del adicto: La familia y su entorno.

    • Cuando una persona consume sufre ella, su entorno y su familia. Es por esto que cuando se toma la decisión de comenzar un proceso de recuperación la familia y el entorno son factores claves.
    • El consumo provoca multitud de problemas a nivel familiar, social y laboral. Es por ello, que las personas o familiares del entorno más cercano del adicto también van a necesitar ayuda profesional ya que a medida que el problema avanza se ven afectados emocionalmente de forma grave.
    • La familia no es responsable de que la persona consuma, pero en muchas ocasiones, sin quererlo y para evitar conflictos, terminan siendo facilitadores. Por eso, es recomendable buscar ayuda para sí mismos y para tener estrategias de cómo enfrentar dicha problemática.
    • El adicto se vuelve manipulador. Los que más sufren son los cónyuges, padres e hijos. La persona que sufre de una adicción, de cualquier tipo, se odia a sí misma y de cierta forma, fomenta discusiones volcando su odio y frustración en los demás y sirviendo este ciclo como aumentador de su consumo.
    • Es común que, debido al agotamiento de luchar contra esta situación, los familiares y personas cercana al adicto, siendo testigos de cómo este destruye su vida, intenten controlar la adicción gritándole, amenazándole e incluso, finalmente, encubriéndole. 

      ¿Qué podemos aconsejar a la familia para romper con esta situación?
    • Ayudar no es encubrir, sino lograr que la persona consiga responsabilizarse y hacerse cargo de su situación. Por ello, es importante que la familia recurra a centros de tratamiento. En instituto Bitácora trabajamos con el adicto para que este asuma su problema y a partir de ello, comience su camino hacia la recuperación.
    • Al mismo tiempo trabajamos con los familiares, ayudándoles, acompañándoles y dotándoles de las estrategias y herramientas necesarias para sentirse bien y saber llevar la adicción.
    • Aunque es el adicto quien finalmente debe admitir, aceptar su problema y buscar ayuda. En muchas ocasiones, el que los familiares comiencen buscándola por él facilita que el adicto acabe accediendo a recibirla e inicie su tratamiento hacia la recuperación.
    • Si buscas un camino hacia la recuperación, ya sea tuya o de un familiar, debes saber que acudir a Instituto Bitácora es un magnífico primer paso.
    • Llámanos para pedir cita al 954 63 28 54/ 638 539 748, en nuestro centro prestamos atención a las familias.
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    DIFERENTES TIPOS DE DEMANDA Y CÓMO PUEDE ACTUAR LA FAMILIA (II PARTE)

    En el artículo anterior hablábamos de cómo en los problemas adictivos, un porcentaje muy significativo de los pacientes que acuden a tratamiento no cuentan con la motivación suficiente para iniciar y/o mantener el cambio de conducta, y dejar de consumir alcohol, drogas o la conducta adictiva. Que la motivación del paciente es un continuo de diferentes etapas que el terapeuta tiene que identificar, para aplicar las estrategias de intervención más adecuadas para ayudar al paciente y también a la familia, a avanzar en la recuperación.

    Explicamos cómo en la primera de estas etapas, LA PRECONTEMPLACIÓN, el paciente acude a tratamiento por presión externa, fundamentalmente por presión familiar pero sin intención de cambiar. Y qué estrategias aplicar para aumentar la conciencia de problema.

    A continuación seguimos avanzando por las diferentes etapa, la segunda de ellas, hasta lograr el mantenimiento de la abstinencia.

    PACIENTE QUE ACUDE A TRATAMIENTO AMBIVALENTE: CONTEMPLACIÓN

    El paciente puede haber pasado de precontamplación, o negación del problema, a esta nueva etapa, mediante el trabajo terapéutico o acudir a tratamiento con este nivel de motivación al cambio. Los pacientes presentan tanto razones para cambiar, como razones para mantener la conducta de consumo. Esta etapa se denomina Contemplación.

    La demanda de tratamiento en este caso, sigue siendo principalmente por parte de la familia. El papel de la familia, como a lo largo de todo el proceso de recuperación, sigue siendo fundamental, ya que puede ser un gran facilitador del cambio, o todo lo contrario.

    El paciente en esta etapa, es más conscientes de los problemas derivados de su conducta adictiva, lo que le ayuda a reevaluarse a nivel cognitivo y afectivo, estando más abierto a hablar sobre la conducta problema y sus consecuencias. Incluso puede valorar la posibilidad de dejar de consumir, aunque no ha elaborado un compromiso firme de cambio. El cambio se plantea a nivel intencional, pero no se observa ninguna conducta que manifieste de manera objetiva esa intención cognitiva. Las consecuencias positivas y negativas del consumo empiezan a equilibrase, y la persona empieza a plantearse dejar de consumir, aunque básicamente mantiene su ambivalencia. Los pacientes en esta etapa se caracterizan por la necesidad de hablar sobre su problema, tratando de comprender su adicción, sus causas, consecuencias y posible tratamiento. La persona sin tratamiento o sin el tratamiento adecuado, puede permanecer en esta etapa durante años.

    En esta etapa el terapeuta debe facilitar el análisis de las razones para dejar la conducta de consumo y los riesgos de no cambiar, para así inclinar la balanza a favor del cambio.

    El paciente se está planteando la posibilidad de dejar de consumir, pero aun no ha dejado el consumo, y como en etapas anteriores la familia debe evitar el enfrentamiento directo, mantener siempre la calma, y mantenerse firme, sin ceder ante amenazas o chantajes. Ya que el paciente está más receptivo a hablar sobre su conducta de consumo, la familia debe favorecerlo desde el cariño, el respeto y sin culpabilizar.

    PACIENTE QUE ACUDE A TRATAMIENTO CON INTENCIÓN DE DEJAR DE CONSUMIR: PREPARACIÓN O DETERMINACIÓN.

    En estos casos la demanda de tratamiento no sólo está en la familia, también existe un mínimo de motivación interna en el paciente.

    Es el momento en que el que la persona con problemas por consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas, toma la decisión y realiza pequeños cambios en su conducta adictiva, destinados a abandonar el consumo. Entre los cambios que realiza destaca, por ejemplo, el disminuir la cantidad de alcohol o drogas, o tiempo dedicado a la conducta, en el caso de ser una adicción comportamental.

    Se “abre la puerta” para el cambio. El terapeuta debe ayudar al paciente a decidir el recurso terapéutico más adecuado, accesible, apropiado y efectivo para conseguir el cambio.

    La familia debe implicarse en el proceso para también ella aceptar y entender la enfermedad e irse adaptando a los cambios que se irán produciendo como consecuencia del proceso de recuperación. A veces, la familia también tiene que cambiar para que el cambio en el paciente se produzca y se mantenga.

    PACIENTE QUE ACUDE A CONSULTA CON LA INTENCIÓN DE DEJAR DE CONSUMIR: ACCIÓN

    Aunque no es lo habitual, en el tratamiento de las adicciones también se puede presentar el caso de un paciente que acude a consulta dispuesto y decidido a ponerse en manos de los profesionales y cambiar. Pero como hemos indicado al principio, lo normal es que el paciente llegue a esta etapa del cambio a través del propio proceso de recuperación y de manos de los terapeutas, de compañeros de terapia de grupo, y de su familia.

    El paciente deja de consumir, empieza a mantenerse abstinente y esto supone un gran cambio en positivo a todos los niveles, sobre todo en cuanto a las relaciones familiares. El paciente obtiene apoyo y refuerzo de su familia, lo que retroalimenta los cambios que está realizando.

    Pero también se requiere por parte de la persona, y de la familia, un compromiso importante que le exigirá un gran esfuerzo y tiempo. Es por ello, que aunque en este momento, que parece que las cosas empiezan a normalizarse, y el paciente se siente bien, la familia lo ve bien, y también ella se siente bien, para que no se produzcan abandonos de tratamiento o recaídas por exceso de confianza, hay que continuar con más responsabilidad si cabe en el proceso de recuperación, ya que ésta va más allá de la abstinencia.

    PACIENTE QUE LLEVA UN TIEMPO SIGNIFICATIVO SIN CONSUMIR: MANTENIMIENTO

    En esta etapa la persona intenta consolidar los logros de la etapa anterior y prevenir posibles recaídas. El periodo de mantenimiento se inicia, cuando ya hay una abstinencia significativa, mínimo seis meses de iniciado el cambio. El paciente (y también la familia) puede tener miedo no solo a la recaída, sino también al cambio en sí mismo, porque puede creer que cualquier cambio puede llevar a una recaída. Por ello hay que trabajar para que no se produzca un retraimiento y búsqueda de la máxima estructuración del nuevo estilo de vida. Hay que trabajar para buscar la normalidad, teniendo siempre presente, que la única posibilidad de normalizar es desde una abstinencia satisfactoria.

    Probablemente en esta etapa lo más importante para el paciente es su sensación de que se está convirtiendo en el tipo de persona que quiere ser.

    PACIENTE QUE TRAS UN TIEMPO EN ABSTINENCIA HA REINICIADO EL CONSUMO: RECAÍDAS

    Las personas con problemas por consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas, no avanzan a través de las distintas fases de forma lineal, lo normal es que pasen varias veces por la misma fase hasta que consiguen mantenerse abstinentes. Esto viene a reflejar que a lo largo del proceso de recuperación están contempladas las recaídas, los pacientes recaen, en ocasiones hasta varias veces, hasta que consiguen dejar de consumir definitivamente.

    La recaída ocurre cuando las estrategias que emplea la persona para mantener su estado de abstinencia fallan. Generalmente, los pacientes ante una recaída presentan sentimientos de culpa, de fracaso y posible desesperanza, lo que suele afectar negativamente a su autoeficacia. Afortunadamente, la recaída no siempre lleva a los pacientes a abandonar el tratamiento, sino que los sitúa en una fase que les permite continuar reciclándose y preparándose para continuar nuevamente el cambio iniciado. Son muy pocos los pacientes que regresan al estadio de precontemplación, es decir, a la negación del problema.

    Que las recaídas se interpreten como algo que forma parte del proceso de recuperación, no significa que sea lo deseable, ya que siempre suponen un receso en la recuperación… de lo que más se aprende, y lo que más satisfactorio resulta es la abstinencia.

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    DIFERENTES TIPOS DE DEMANDA Y CÓMO PUEDE ACTUAR LA FAMILIA (1ª PARTE)

    Iniciábamos esta serie de artículos, explicando cómo la familia es testigo de los cambios que se van produciendo como consecuencia del desarrollo de un problema por consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas. Cómo el desequilibrio físico, psicológico y social que experimenta la persona consumidora, no necesariamente implica petición de ayuda. Y cómo es la familia, la que generalmente ante una situación de crisis, presiona a la persona consumidora, convirtiéndose en la fuente principal de motivación, para que la persona acepte acudir a tratamiento.

    Esta es la realidad clínica en los problemas adictivos, que un porcentaje muy significativo de los pacientes que acuden a tratamiento no disponen de una predisposición adecuada que garantice poder iniciar y mantener cambios en su conducta adictiva. Esto supone una característica específica de esta enfermedad, formando parte de su sintomatología, igual que la fiebre en la gripe, la resistencia y las dudas del paciente para dejar la conducta de consumo.

    Por ello, el punto de partida para poder empezar a trabajar con el paciente, es primero, identificar su nivel de motivación al cambio, es decir, saber cuánto de grande (o de pequeño) es su deseo de cambiar, para en segundo lugar, crear, aumentar, o mantener, ese deseo de cambio. Además, hay que tener siempre en cuenta, que la motivación, el deseo de cambiar, es dinámica y fluctuante. Así, a lo largo de todo el proceso de recuperación, hay que ir reevaluando y midiendo, cómo está el nivel de motivación, ya que es crucial para ir avanzando, evitar abandonos de tratamiento y prevenir recaídas.

    El cambio pues, es como un continuo en el que se pueden perfilar y distinguir una serie de etapas. Los objetivos terapéuticos y el apoyo de la familia tienen que adaptarse a estas diferentes etapas del proceso de cambio, o lo que es lo mismo, a los diferentes niveles de motivación del paciente, para que el tratamiento pueda tener un mínimo de garantías. De ahí, la importancia que desde Instituto Bitácora damos a realizar una evaluación exhaustiva y detallada de la situación que presenta el paciente y la familia, y llevar a cabo un proceso de intervención individualizado.

    Vamos a intentar explicar el proceso de cambio, desde el modelo Transteórico de Prochaska y DiClemente, que es el que actualmente más aceptación tiene. Este modelo identifica los diferentes niveles de predisposición al cambio que puede presentar una persona cuando se plantea modificar su conducta. El situar a la persona en el periodo de cambio más representativo de los que proponen, permite evaluar cuándo es posible que ocurran determinados cambios de intenciones, actitudes y conductas.

    Según estos autores, las diferentes etapas o situaciones con las que nos podemos encontrar cuando se demanda tratamiento por un problema adictivo son:

    • PACIENTE QUE NO SE PLANTEA CAMBIAR: PRECONTEMPLACIÓN
    • PACIENTE QUE ACUDE A TRATAMIENTO AMBIVALENTE: CONTEMPLACIÓN
    • PACIENTE QUE ACUDE A TRATAMIENTO CON INTENCIÓN DE DEJAR DE CONSUMIR: PREPARACIÓN O DETERMINACIÓN.
    • PACIENTE QUE ACUDE A CONSULTA CON LA INTENCIÓN DE DEJAR DE CONSUMIR: ACCIÓN
    • PACIENTE QUE LLEVA UN TIEMPO SIGNIFICATIVO SIN CONSUMIR: MANTENIMIENTO
    • PACIENTE QUE TRAS UN TIEMPO EN ABSTINENCIA HA REINICIADO EL CONSUMO: RECAÍDA

    El trabajo del terapeuta será identificar cuál es el motivo “real” por el que el paciente acude a consulta, decidir qué estrategias poner en marcha teniendo en cuenta en qué etapa del cambio se encuentra el paciente, y ayudar a la familia para que pueda participar del proceso de recuperación.

    PACIENTE QUE NO SE PLANTEA CAMBIAR: PRECONTEMPLACIÓN

    El paciente acude a tratamiento por presión familiar (u otro tipo de presiones como problemas de salud, problemas laborales, judiciales, económicos…) pero no tiene intención de cambiar. Esta etapa se denomina Precontemplación.

    El terapeuta y la familia, para generar motivación, para crear en el paciente el deseo de cambiar, deben dar información que aumente la conciencia de problema, que aumente la capacidad del paciente para percibir los riesgos de su propia conducta.

    Forman parte de esta etapa también, los casos en los que es la familia, sin el paciente, la que acude a tratamiento buscando apoyo y asesoramiento. El papel de la familia es siempre determinante, y este es un gran ejemplo. A través de cambios en la forma en que la familia entiende el problema, en la forma en que la familia se comunica y trata al paciente, se puede lograr que el paciente acepte acudir a tratamiento.

    En esta etapa en la que el paciente aun no se plantea dejar el consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas, la familia está muy sobrecargada. En esta situación es fácil ceder ante los chantajes de la pareja, hijo/a, madre o padre consumidor. Es fácil discutir violentamente, con él/ella, haciéndole cargar con las desilusiones, impotencias y miedos de la familia. Es fácil que la familia se vea como “el bueno” que todo lo ha dado y que solo recibe disgustos a cambio. Es fácil que la familia se sienta culpable, y muy angustiada por todo lo que está ocurriendo.…

    Sin embargo, se debe evitar a toda costa entrar en la confrontación.

    Se debe intentar hablar con confianza y respeto. La familia debe hacer el esfuerzo de reconocer y asumir, hasta en los momentos más tensos, que no se consume porque se quiere, aunque así lo parezca, se consume porque el alcohol, las drogas o las conductas potencialmente adictivas, están controlando la vida de su pareja, su hijo/a, su madre o su padre. La familia tiene que aprovechar todas las ocasiones favorables que se presenten para hablar sobre buscar o mantener el tratamiento. La familia debe establecer unos límites de convivencia familiar, dentro de los cuales el paciente reciba atención por parte de la familia. La familia debe de mantener la calma…

    El papel de la familia es fundamental y muy difícil, de ahí que en el artículo anterior, los calificáramos como “héroes”.

    La familia tiene que enfrentarse a un paciente (pareja, hijo/a, madre, padre) que no se cuestiona su situación, que ni siquiera ve el problema, que no quiere ni hablar de un posible cambio en su conducta. A una pareja, hijo/a, madre, padre, que no es consciente de las consecuencias reales que tiene, para sí mismo y para las personas que le rodean, su conducta adictiva, porque cree que lo que hace y su estilo de vida no suponen problema alguno. En esta etapa del proceso de cambio, lo gratificante del consumo tiene para la persona consumidora más peso que los aspectos negativos.

    El paciente que se encuentra en este nivel de motivación, de iniciar tratamiento lo hace con el único objetivo de reducir la presión bajo la que se encuentra. Y aunque parezca que ante una situación así poco se puede hacer, trabajando desde el punto de vista motivacional, y apoyando a la familia para que ponga en marcha determinadas estrategias, se puede empezar a crear la duda en el paciente acerca de su relación con el alcohol, las drogas o las conductas potencialmente adictivas. Pero teniendo en todo momento muy en cuenta, que si no se logra aumentar el nivel de motivación, cuando disminuya la presión externa se reinstaurará el estilo de vida previo.

    En el próximo artículo sobre “familia en el proceso de recuperación” continuaremos avanzando a través de las siguientes etapas.

    PorInstituto Bitácora

    PROCESO DE RECAÍDA

    La recaída es quizás una de las circunstancias más temidas tanto por las personas que padecen una adicción, como por sus familiares. Una vez que la persona adicta ha conseguido alcanzar la abstinencia, la forma de que esta se mantenga es trabajando para prevenir que la recaída aparezca. En este punto, es imprescindible que pacientes y familiares conozcan y se familiaricen con el proceso que sigue la recaída, pues si no se es capaz de identificar las señales que alertan de una recaída, difícilmente esta se podrá prevenir.

    ¿Cómo ocurre el proceso de recaída?

    Normalmente, la recaída no aparece de un momento a otro. Lo común es que de manera progresiva vayan apareciendo señales y síntomas que nos pueden alertar de que las cosas no van bien. Esto puede tomarse como una oportunidad para, de manera prematura, detener el proceso que llevaría a un nuevo consumo.

    Para no caer en un contenido excesivamente teórico que pueda aburrir o confundir al lector, emplearemos el caso real de un paciente adicto al alcohol para ilustrar de qué manera se da este proceso.

    El paciente, al que llamaremos Luis, acudió a consulta por un problema de adicción al alcohol. Desde el principio, Luis respondió muy bien al tratamiento, tomando interés y siguiendo de una manera muy adecuada todas las indicaciones de los profesionales. Como su historia con el alcohol había sido muy larga y le había acarreado numerosos problemas y sufrimiento, Luis estaba muy motivado y animado por el hecho de haber empezado a poner un poco de orden en su día a día. Tras años de consumo de alcohol y malestar diario, por fin empezaba a poder llevar una vida normal. Relataba que se sentía libre, como si hubiese roto una cadena que le ataba a la bebida y le hacía esclavo de esta.
    Aunque a veces le costaba conciliar el sueño, refería que se iba a la cama con una sensación de tranquilidad que hacía muchos años que no experimentaba, decía que se sentía en paz con su conciencia.
    Retomó también antiguas aficiones como la natación y la guitarra, actividades que siempre le habían apasionado, pero que por su problema con el alcohol, había dejado de practicarlas. Esto le ayudaba a calmar algunos síntomas de ansiedad que padecía en algunos momentos concretos.

    En definitiva, haciendo balance, Luis se sentía muy satisfecho con su nueva vida.

    Hasta el momento, siguiendo el criterio de los profesionales, había estado evitando exponerse a situaciones que invitasen a beber alcohol. Había dicho que no a una comida de empresa, también había evitado la celebración de cumpleaños de un viejo amigo y la boda de un familiar. Comprendía que en ese tipo de eventos el consumo de alcohol podía ser abusivo, y que exponerse a ello no sería bueno para él, pues aumentarían enormemente sus deseos de consumo. Puesto que estaba muy entusiasmado con el resto de cosas de su día a día, no le había importado renunciar a esos momentos sociales.

    Transcurridos pocos meses, la motivación de Luis comenzó a descender. El entusiasmo y la ilusión que sentía en su día a día ya no era tan grande. Algunos días faltaba a sus clases de natación, y ya no empleaba tanto tiempo en practicar con la guitarra. Sin duda, este descenso en su motivación era el primer indicador que debía activar las alertas.
    No obstante a todo ello, seguía sintiéndose feliz por haberse alejado de la bebida, y seguía sintiéndose libre de la esclavitud del alcoholismo, eso no había cambiado. Se sentía seguro, tenía claro que su decisión de no beber era firme. Tanto esto era así, que desatendió el consejo de los profesionales y decidió acudir a una comunión a la que había sido invitado. Estaba (o parecía estar) tan seguro de sí mismo, que ignoró la advertencia de que el acudir a la comunión podría desembocar en una recaída más o menos inminente. En su exceso de seguridad, su falta de precaución y en la no adherencia al consejo profesional, encontramos otros indicios claros de que la recaída puede estar más cerca.

    Luis acudió a la comunión y no consumió alcohol. Pensó que había ganado la batalla. Pero no quiso prestar atención a las sensaciones y pensamientos que ahora se habían instalado en él. Había aguantado toda la celebración sin probar ni una gota de alcohol, pero esto le había resultado terriblemente incómodo. No se sintió a gusto viendo cómo todo el mundo podía beber a su alrededor y él no. De hecho, casi no pensó en otra cosa durante todo el evento.
    No bebió alcohol, pero la idea que se trajo de vuelta a casa fue la de que la vida sin poder beber es terriblemente difícil e incómoda. La maquinaria de la recaída ya estaba en marcha. Sus pensamientos hicieron el resto. Empezó a verse a sí mismo incapaz de mantenerse abstinente, su seguridad había desaparecido. Además, donde antes se sentía tranquilo y libre de la esclavitud del alcohol, ahora solo podía pensar en el sufrimiento que le suponía el no poder beber. Ese sentimiento de desesperación hizo que aparecieran unas ganas terribles de volver a consumir, y con ello, la idea de que todo ese malestar y nerviosismo que estaba sintiendo se aliviaría con la bebida.

    Es fácil intuir el desenlace del relato. Si se analiza la secuencia de acontecimientos, es sencillo detectar en qué puntos de la historia se podría haber actuado de una manera distinta de cara a evitar la recaída. Si Luis se hubiera extremado sus precauciones al notar un descenso de su motivación en su vida diaria y se hubiese planteado la posibilidad de recaer, si hubiese evitado ir a la comunión, o si hubiese puesto sobre la mesa ese malestar que le había generado la exposición al alcohol durante el evento… en cualquiera de esos momentos, podría haber puesto en marcha distintas estrategias que le hubiesen ayudado a gestionar su malestar y a reconducir las situaciones para poder mantener la abstinencia.

    ¿Qué podemos concluir de todo esto?

    Durante el proceso de recuperación de la adicción a una sustancia, la persona podrá atravesar algunos momentos complicados, en los que su motivación podrá disminuir. Esa fluctuación en la motivación, así como los altibajos, son una parte natural del proceso para los cuales existen herramientas y estrategias de afrontamiento.
    En definitiva, el mensaje que buscamos transmitir con este artículo, es que si se sigue el criterio de los profesionales, y con el adecuado esfuerzo tanto del paciente como de sus familiares, es posible anticipar y prevenir las recaídas de una manera eficaz.

    Ana
    Ponce Rodríguez
    PorInstituto Bitácora

    LA FAMILIA COMO PRINCIPAL FACTOR DE MOTIVACIÓN AL TRATAMIENTO

    En textos anteriores hablábamos de la adicción como una enfermedad insidiosa. De cómo la familia de la persona que tiene un problema por consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas, iba identificando y viviendo los cambios en la conducta de la persona afectada, de cómo éstos, al principio se pueden justificar, dudando la familia de si realmente el consumo supone un problema o no. De cómo estos pequeños cambios, de mantenerse el consumo, irremediablemente van a más, hasta dar lugar al desarrollo de una enfermedad en la que poco a poco el bienestar físico, mental y social de la persona se ve afectado, así como la organización de la familia, las costumbres, la comunicación y las relaciones afectivas.

    Estos cambios que se van produciendo como consecuencia del desarrollo de la enfermedad, no solo se manifiestan en el plano familiar. Las consecuencias negativas de la conducta de consumo se manifiestan en el plano personal, en la salud física y psicológica, en las relaciones interpersonales, en lo laboral o académico, en el manejo del ocio y tiempo libre…

    En cuanto a salud física, si hablamos de adicciones químicas, las consecuencias van a depender del tipo de sustancia, de la cantidad y frecuencia de consumo, de la vía de administración, y de si estamos hablando de consumo de una sustancia, o de consumo de varias sustancias. En el caso de consumo de varias sustancias, las consecuencias físicas son mayores que si sumáramos los efectos de cada una por separado. Además de estas consecuencias físicas, en todas las adicciones, en las que hay sustancias y en las que no, se producen determinados cambios en la estructura y funcionamiento cerebral, que dan lugar a tolerancia, pérdida de control, síndrome de abstinencia y dependencia.

    En el plano psicológico, las consecuencias son comunes a todos los problemas adictivos. Altibajos emocionales, bruscos cambios de humor. Irritabilidad. Ansiedad. Aislamiento. Sentimientos de culpa, de vergüenza, desesperanza. Además, el consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas pueden suponer para las personas más vulnerables un detonante para desarrollar otros trastornos mentales.

    En lo laboral, en casi todos los casos se producen problemas de tipo absentismo, menor rendimiento, choques con compañeros, con clientes, pudiendo acabar en pérdida del puesto de trabajo, o degradación laboral. Cuando hablamos de los más jóvenes las consecuencias negativas se ven en una bajada de motivación y malos resultados académicos.

    En cuanto a red social, ocio y tiempo libre, la persona que consume, se va dejando poco a poco por el camino, relaciones sociales saludables, quedándose aislada o con relaciones en el que el nexo de unión es el propio consumo. Paralelamente se va abandonando actividades de ocio y tiempo libre, de manera que el consumo pasa a ser una prioridad.

    La vida de la persona que tiene este tipo de problemas se convierte en un círculo vicioso en el que queda atrapado y del que sólo conseguirá librarse con un tratamiento adecuado. Las consecuencias negativas físicas, psicológicas y sociofamiliares se afrontan consumiendo más sustancia o llevando a cabo la conducta adictiva, a pesar de la clara evidencia de que es el consumo el que genera los problemas. De este modo, la persona se queda sin salida, el consumo genera malestar, y este malestar se afronta con el consumo.

    Llegado estos momentos el día a día resulta muy difícil, tanto para el consumidor como para su familia, y el sufrimiento es una constante en las vidas de todos los implicados en este tipo de problemas.

    Sin embargo, aunque éste es el complejo escenario al que se puede llegar cuando se tiene un problema de este tipo, la persona afectada no percibe la realidad de su situación con objetividad. Y aunque existe un verdadero sufrimiento por la propia incapacidad para controlar la conducta, la persona, ya enferma, no solo no pide ayuda, sino que la rechaza.

    Y este hecho, el que a pesar del malestar físico, psicológico y social, la persona se resista a entender y aceptar que necesita ayuda para salir de la situación, hace que la adicción sea una enfermedad única.

    Si me caigo y me lastimo el codo, no dudo en ponerme en manos del traumatólogo para que me haga las pruebas pertinentes y ver si no es nada, si me lo tienen que inmovilizar o me tienen que intervenir. Si me entra malestar general y fiebre, no dudo en acudir al médico de atención primaria y seguir sus indicaciones, para que la gripe sea lo más leve posible. Si experimento taquicardia, sensación de ahogo, respiración rápida, opresión en el pecho, sudoración, temblores, náuseas, mareo, acudo corriendo al hospital más cercano para comprobar que no me estoy muriendo, que no me estoy volviendo loco, y me someto a las pruebas que me indiquen, me tomo la medicación que me prescriban, y me pongo en tratamiento para no volver a experimentar esos niveles de ansiedad. Si un día en una revisión me detectan hipertensión, aunque no haya tenido síntomas, trabajaré codo a codo con mi médico para controlarla y evitar sus efectos…

    Sin embargo, cuando hablamos de una persona que tiene un problema por consumo de alcohol, drogas o conductas potencialmente adictivas, el desequilibrio físico, psicológico y social que experimenta, no hace que pida ayuda, ni que quiera dejar de consumir.

    Cuando se demanda tratamiento generalmente es porque se ha producido una situación de crisis, entendiendo por crisis un problema familiar, de salud, laboral, económico, legal.

    En un porcentaje muy significativo de la demanda de tratamiento, el detonante es la familia. La familia es la que da razones al afectado para ponerse en tratamiento. A pesar de la resistencia acepta, porque para la persona puede ser más importante el detener una presión o tranquilizar a un ser querido que el propio problema, y aunque no entienda ni vea la necesidad de cambiar, ya se puede empezar a trabajar con él desde el punto de vista motivacional y de la mano de la familia, para seguir dándole al ya pacientes, razones para dejar de consumir.

    Como escribí en otra ocasión la familia se convierte en un héroe. Llegan a consulta muy cansados, han sido muchas las dificultades por las que han pasado hasta que por fin el paciente ha aceptado acudir a tratamiento, son héroes porque no ha sido nada fácil el camino hasta llegar aquí, y el camino ahora debe continuar…

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