“¿De tal palo, tal astilla?”

PorInstituto Bitácora

“¿De tal palo, tal astilla?”

Supongo que alguna vez ha escuchado el refrán: De tal palo, tal astilla. ¿Tanto marca el cómo somos como padres, en nuestros hijos? ¿Tanto marca el cómo educamos a nuestros hijos en su futura forma de relacionarse? Si atendemos al razonamiento del aspecto socializador de la familia, la respuesta es un “sí rotundo”. Hablemos sobre ello.

 Como ya dije en la entrada anterior, la influencia del ambiente familiar influye en el desarrollo de las relaciones sociales. Todos conocemos distintos tipos de familias, puede que no le pongamos nombre a cómo se relacionan entre ellos y con los demás, tampoco las clasificamos según los padres y los hijos convivan. Pero sí que sabemos cómo son: padres poco dados a abrir las puertas de su casa a sus amigos y a los amigos de sus hijos y que además son reacios a llevarlos a casa de otros amigos; padres que dejan el cuidado y la educación de sus hijos en manos de personas ajenas a la familia; padres sobreprotectores que no se despegan de sus hijos y que inculcan miedos irracionales a éstos; hijos que menosprecian la labor de sus padres; familias que comparten sus ratos de ocio, hablan entre sí y que resuelven los problemas juntos;… Y así un sinfín de familias.

 Un inciso. Hablando de familias sobreprotectoras. No me gustaría perder la ocasión de hablar sobre “el cordón umbilical” que en algunas familias no parece que se vaya a romper nunca. Ese cordón que limita el crecimiento tanto de los progenitores como de los hijos. Y vamos a decirlo así de sopetón: el cordón umbilical hay que cortarlo. No debemos ir estirándolo hasta que se rompa de tanto usarlo (y que suele romperse cuando uno de los extremos, ya no puede más). Cuanto antes nos demos cuenta de que nuestros hijos, no son “nuestros” sino de ellos mismos, antes podremos tener una relación más sana con ellos y antes podremos educarlos para que vivan en sociedad de una manera amable, cooperativa, alegre…, sin convertirse en seres dependientes de la aprobación de los demás.

 Hecho este inciso, prosigamos.

 Por muchas clasificaciones “tipo” que hagan los grandes autores, es muy poco probable que una familia no comparta rasgos de distintos estilos educativos. Aunque podamos categorizar a una familia en uno de ellos, dependiendo de la situación, podrá utilizar un rasgo de aquí y otro de allá. Una familia puede utilizar un estilo democrático de socialización hablando en términos generales, pero puede utilizar rasgos de otros estilos como el autoritario o el permisivo.

 Hablando en cristiano: una familia que muestre tener un estilo democrático, en el que los padres razonan las normas que existen en la casa y que incluso dejan a sus hijos tomar determinadas decisiones; puede que en un determinado momento, utilicen un estilo autoritario al imponer sin explicación una tarea a realizar y cuando se pregunte por qué, responder con un “porque lo digo yo”.

 Al razonar las normas, dejar que nuestros hijos puedan participar y reflexionar sobre éstas, estaremos fomentando que nuestros hijos puedan decidir y juzgar de manera más fácil lo que es mejor para ellos, llevándoles a relacionarse adecuadamente con sus amigos.

 Si por el contrario, utilizamos un estilo autoritario, es decir, estamos constantemente diciéndoles lo que tienen o no tienen que hacer, castigando, decidiendo por ellos, sin permitirles que hablen con nosotros, que si no hacen lo que decimos les soltamos alegremente un “¡COMO NO HAGAS LO QUE TE HE DICHO TE VAS A ENTERAR!”, y tiene que ser con exclamación y en mayúsculas porque esto lo decimos así, nunca se dice, “cariño mío, como no hagas lo que te he dicho cielito, te vas a enterar corazón”. Estaremos construyendo personas dependientes e inseguras, que necesitarán la aprobación de los demás para sentirse seguros a la hora de relacionarse, y sin duda, el miedo formará parte de la vida de esos niños (el “te vas a enterar” sin saber muy bien qué significa eso, infunde un gran temor y lo que es peor, un temor permanente).

  Otro de los estilos es el permisivo. Aquí los padres no se preocupan de marcar normas, no hay castigos, dejan prácticamente a sus hijos solos a la hora de tomar decisiones y marcar sus propias normas. Aunque le dejemos libertad sin cortapisas a nuestros hijos para que maduren cómo debe ser su propia vida, es cierto que se pueden encontrar desamparados ante las dificultades y crearles confusión. Aquí, la socialización y maduración de esa persona que se está formando, dependerá casi exclusivamente de él mismo, de su personalidad.

 Por todo lo visto hasta ahora, una comunicación fluida dentro de la familia es fundamental, donde se tomen decisiones entre todos, siempre que la situación lo permita, es decir, no vamos a dejar a un niño de tres años decidir si tiene o no tiene que ir al colegio, así como tampoco vamos a dejar decidir a un chico de doce años si puede o no jugar cinco horas seguidas a la consola (aunque sí se puede negociar el tiempo que se puede utilizar). La posibilidad de entrar a formar parte o no de la toma de decisiones dentro de la familia y sobré qué se puede decidir, estará delimitada por la edad y el nivel de madurez de los hijos, y como padres tenemos que saber dónde poner los límites y cómo ir ampliándolos según vayan madurando.

 Esto no es tarea fácil, implica por parte de los padres una tarea que no acaba nunca, de la que siempre tendremos dudas sobre si lo estamos haciendo bien o mal y de “estar con nuestros hijos” (conocerlos), en su aspecto más amplio. Crear un ambiente de seguridad, confianza, respeto y amor.

 Pero, ¿qué significa estar con nuestros hijos?:

 – sentarnos en el suelo a jugar con ellos;

– contarles un cuento a la hora de dormir;

– escucharles, consolarles, cuando han tenido una discusión con un amigo;

– hablar con ellos de cómo ha ido el día en el cole, en el instituto y de contarles cómo ha ido tu día;

– conocer a sus amigos y que ellos conozcan a los tuyos;

– darles abrazos y besos y permitirles que hagan lo mismo contigo;

– dejarles querer a otras personas haciendo que se relacionen con amigos y otros familiares y que sientan el cariño de éstos;

– dejar que se equivoquen aunque veamos que se van a estrellar (metafóricamente hablando claro está);

– apoyarles cuando se han equivocado y guiarles a tomar las decisiones correctas;

– poner normas y límites (la anarquía es una utopía, y se lo tenemos que decir);

– reconocer nuestras equivocaciones y pedir perdón;

– aceptar su perdón y perdonarles;

– no pagar con ellos nuestro mal humor;

– …

 Y hablando como lo estamos haciendo de la familia, como primer sistema de socialización de la persona (que no único), tenemos que tener en cuenta que según nos comportemos con nuestros hijos, así se comportarán ellos con nosotros y con los demás. Las relaciones y la comunicación son un aspecto clave para que los hijos se adapten adecuadamente a otros entornos como la escuela, el parque, el grupo de amigos del barrio, y ahora cada vez más, las redes sociales. De ahí la importancia de fomentar en casa un ambiente amable (que palabra más bonita), que permita la comunicación entre todos escuchándonos y que otorgue el valor que cada uno de los miembros de la familia tiene en ella.

 La próxima semana seguiré hablando sobre el aspecto sistémico de la familia, sobre ese entramado de relaciones que nos influye tanto. Os espero.

 Mª Ángeles Fernández Arias. Psicopedagoga.

Sobre el autor

Instituto Bitácora administrator

Somos un equipo multidisciplinar, encabezado por el Dr Reina, dedicado al tratamiento del alcoholismo y otras adicciones, así como a la atención de la familia y a las patologías mentales, desde un modelo bio-psico-social que permite hacer una lectura antropológica de la persona que presenta el problema en su contexto y dentro de unos principios Bioéticos.

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