Cambios, crisis, evolución (II)

PorInstituto Bitácora

Cambios, crisis, evolución (II)

En la entrada anterior, nos quedaron por comentar la adolescencia de nuestros hijos, su emancipación, la madurez de la pareja y la ancianidad. Y sin dilatarme, os paso con ellas.

 No voy a descubrir América diciendo que la adolescencia es una época llena de turbulencias, tanto para el adolescente en plena crisis personal como para la familia que se va adaptando a los cambios de éste. Tienen que averiguar de repente, quiénes son e ir convirtiéndose en adultos, además lo quieren saber ya, no hay esperas.

 Para el adolescente, sus iguales, es decir, sus amigos, pasan a ser sus modelos a seguir y sus referencias para tomar decisiones. Empiezan a dejar a un lado a sus padres, comienzan a tener parcelas de su vida en las que éstos no están invitados. Las relaciones con el exterior se amplían en número de personas y en frecuencia , su movilidad “geográfica” aumenta al tener mayor independencia para ir sólo.

 Pero, a su vez, tampoco quiere perder la seguridad que sus padres le han ofrecido desde el principio: “yo me voy, pero tú quédate aquí esperándome hasta que vuelva”. Esto es necesario, el “estar ahí”, con el siguiente significado: “estar ahí, a las duras y a las maduras”. Es decir, es importante poner límites y normas y, hacerlos cumplir. Esto es lo que hará que se sientan seguros, el saber que lo que están haciendo es lo que deben y tienen que hacer, y si además renegociamos los límites y normas a medida que vayan creciendo, provocaremos que vayan madurando y adquiriendo responsabilidad en su vida.

 Durante esta etapa, las bases que se hayan sentado hasta este momento dentro de la familia son fundamentales, ya que son las que sustentarán esta época de grandes cambios para el adolescente y por ende para la familia. Bases como la comunicación, la confianza, el respeto, la seguridad, el amor. Y no perdamos de vista que debemos seguir alimentándolas para que no se resquebrajen.

 Una vez pasadas las turbulencias, el indicador de “Abróchense los cinturones” se apaga.

 Más tarde, los progenitores deben ir pensando en el momento en el que los hijos se irán de casa para formar una nueva familia. La emancipación puede ser facilitada por los padres aceptando a los nuevos miembros que se incorporan y sabiendo desprenderse de los hijos. Y pensemos que no sólo se incorpora a nuestra familia la pareja de nuestro hijo, también “adoptamos” a la familia de la pareja. Se provocan choques de valores, de expectativas (“esto no es lo que yo quería para mi niño”) y debemos aprender a aceptarlo. Tengamos una mirada amplia, miremos a nuestros hijos como individuos no como “propiedades vitalicias”.

 Existen parejas a las que esta etapa les supone una gran dificultad, ya que desde que son padres, lo han dejado todo para dedicarse a ellos, y ahora, se pueden sentir  traicionados, abandonados. Su estilo de vida empieza a no tener sentido, y tienen que aprender uno nuevo. Otras parejas, lo ven como el momento de retomar aquello que dejaron de un lado para estar con sus hijos (viajes, actividades sociales…).

 Cerraremos con esta etapa el ciclo vital de la familia, volviendo al principio, con la formación de una nueva relación conyugal (si así se produjera).

 Una vez que llega la calma de nuevo a la pareja con la emancipación de los hijos, comienza el reencuentro de ésta, comienza su madurez. Ahora estamos tú y yo, como al principio, y seguramente ninguno de los dos es igual a entonces.

 Decir también que a la salida de los hijos del seno familiar hay que sumarle el fin de la vida laboral. Para algunas personas supone la oportunidad de retomar actividades postergadas con una visión positiva y optimista, que genera la creación de nuevos proyectos; pero, sin embargo, para otras personas supone el fin de su vida “productiva”, optan por una visión negativa y pesimista de su futuro en la que nuevos proyectos no tienen cabida.

 Aparece también un nuevo rol con la llegada de los nietos, ahora además somos abuelos y abuelas, dándonos la oportunidad de hacer con nuestros nietos todo aquello que no pudimos hacer con nuestros hijos porque la vida no nos dejaba. Ahora la responsabilidad de la educación y la crianza está en los padres, a nosotros nos toca disfrutar.

 Nos queda por comentar la etapa de la ancianidad. Aquí los mayores cambios se traducirán en cambios corporales y emocionales. Al referirnos a cambios corporales, estamos hablando de problemas de salud, una mayor fragilidad… Los cambios emocionales vienen derivados del sentimiento de vulnerabilidad, es decir, pensamos que en algún momento necesitaremos ayuda para realizar nuestra vida cotidiana, cuando hasta el momento, nosotros hemos sido los encargados de “cuidar” (física, emocional y económicamente hablando); personas cercanas a nosotros con las que hemos compartido amistad o miembros de la familia de nuestra misma edad han fallecido, y comenzamos a pensar en la muerte, lo que puede generar sentimientos de tristeza y angustia. Aprovechemos aquí toda nuestra historia, todo lo vivido, y transmitámosla a nuestros nietos.

 En esta etapa, el traspaso de los roles de cuidado entre padres e hijos se verá muy afectado por cómo hayan sido éstos anteriormente en la familia. Aunque de estos roles y de los tipos de familias hablaremos en distintas entradas posteriormente.

 Cerramos con esta entrada la conceptualización de la familia desde los puntos de vista social, sistémico y evolutivo. Seguiré hablando sobre la familia y en las siguientes entradas comenzaré a exponer distintos tipos de familias.

 También os animo a que preguntéis aspectos que os gustaría conocer sobre la familia para tratarlos en las entradas e ir haciendo de este blog un espacio interactivo. Os espero.

Mª Ángeles Fernández Arias. Psicopedagoga

Sobre el autor

Instituto Bitácora administrator

Somos un equipo multidisciplinar, encabezado por el Dr Reina, dedicado al tratamiento del alcoholismo y otras adicciones, así como a la atención de la familia y a las patologías mentales, desde un modelo bio-psico-social que permite hacer una lectura antropológica de la persona que presenta el problema en su contexto y dentro de unos principios Bioéticos.

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