La llegada de Internet y las nuevas tecnologías de la información y comunicación a nuestras vidas ha supuesto un gran cambio. Un cambio que afecta a casi todo, a nuestro trabajo, a nuestras relaciones sociales, a nuestro ocio, a nuestro tiempo libre…y la adaptación a esta nueva realidad, que es compleja y dinámica, que va a una velocidad de vértigo, no resulta fácil. En muchos casos, no somos conscientes de su alcance real.
En muy poco tiempo nos hemos vistos rodeados de correo electrónico, consultando todo tipo de páginas webs, inmersos en redes sociales como Facebook, Twitter, Linkedin, Google plus, Youtube, Instagram…observando, publicando y comentando; chateando; siguiendo o creando blogs, participando en foros de opinión…
Internet y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación se han convertido en una extensión más de nuestras vidas, y de los diferentes aspectos de ella, lo personal, lo relacional, el ocio, lo profesional…pero no siempre se es consciente de lo que supone todo ello.
En Instituto Bitácora, trabajamos sobre los problemas que se generan por el mal uso de las nuevas tecnologías, problemas que muchos minimizan, cuestiones a las que se les quitan importancia, pero que pueden acabar provocando un malestar significativo, y por tanto afectando a nuestro presente y a nuestro futuro. Uno de los aspectos, el que nos ocupa hoy, es un ejemplo claro de cómo el uso que hacemos de las redes sociales, tienen un efecto en el aquí y ahora, pero también en el después.
Y es que, sin ser muy consciente de las consecuencias que ello pueda generar, porque esto de las nuevas tecnologías ha ido tan deprisa que no nos ha dado tiempo a pararnos a pensar, las redes sociales nos colocan dentro de un gran escaparate. Un escaparate es una vitrina donde se exponen productos, y en el caso de las redes sociales el producto a exhibir somos nosotros mismos. Y así, toda nuestra actividad (también nuestra inactividad), todos los mensajes, todas las fotos nuestras o de otros, todos los comentarios, todo lo que nos gusta, todas las opiniones que expresamos, todo, todito, todo, será visto por todo aquel que esté en la red, por todo aquel que pase delante de nuestro escaparate. Toda esta información además, será eterna, no se borrará fácilmente y lejos de nuestro alcance queda, el cómo y para qué menester será utilizada por el que mira.
Y puede mirar cualquiera, porque si bien por la calle al escaparate de cualquier comercio puede acceder todo el que pasee por ahí, en Internet se multiplican exponencialmente las personas que pueden echar un vistacito al producto, es decir, a nosotros mismos.
En Internet estamos todos, instituciones oficiales, gubernamentales, educativas, científicas, empresariales, deportivas, culturales…tu jefe, tus compañeros de trabajo, tus clientes… el vecino del quinto…tu pareja, tu expareja, el que desea ser tu pareja…tus conocidos, tus desconocidos…tus amigos, tus enemigos… los buenos, los malos… tú, yo, y cualquiera.
Y todos comunicándonos, buscando y compartiendo información, sin barreras de ningún tipo, ni espaciales ni temporales.
Por supuesto que no me olvido de que las redes sociales tienen aspectos muy positivos. Las redes sociales son un éxito total en cuanto a la comunicación y al entretenimiento. Las RRSS son muy útiles y divertidas. Las redes sociales nos ofrecen grandes oportunidades… Nos ofrecen la posibilidad de estar en contacto con personas de otros países y culturas. Podemos mantener el contacto con personas que viven lejos, y sentirlas cerca. Se dinamizan movimientos de todo tipo, culturales, políticos, deportivos, sociales… pero las redes sociales también conllevan un riesgo.
Solo pretendo recordar que deberíamos actuar en ellas como en la vida real. Si en la vida en “carne y hueso” no hablamos con todo ser que se nos cruce por la calle, no dejamos la puerta de nuestra casa abierta para que pase cualquier, o tenemos un diario provisto de un candadito, también en las redes sociales deberíamos de ir con la misma precaución, y pudor.
Asunción Lago Cabana
Instituto Bitácora
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