LOS NIÑOS, RETALES EN LA PAREJA “PATCHWORK

PorInstituto Bitácora

LOS NIÑOS, RETALES EN LA PAREJA “PATCHWORK

La entrada de la semana pasada, en la que reflexionaba acerca de generalidades de las relaciones de pareja, pretendía ser la primera de algunas más acerca de este tema, los motivos de consulta más comunes por problemas de relación y posteriormente, entrar en el siempre pantanoso y apasionante mundo de la sexualidad. Sin embargo, hace unos días me sugirieron un tema sobre el que escribir y aunque según el esquema que tengo en mente no lo abordaría ahora, puede tener cabida en este bloque temático, así que no me cuesta nada complacer la petición. Al fin y al cabo, el pianista del bar debe tocar el tema que le pidan.

El tema son los llamados “niños mochila” que es el nombre coloquial de aquellos niños que pasan a formar parte de una familia reconstituida, las coloquialmente llamadas “familias patchwork”. Para quien no esté familiarizado con los términos, las familias reconstituidas son las formadas tras la disolución de una primera familia, bien por fallecimiento de un cónyuge o más frecuentemente por divorcio o separación.

Las cifras de nulidades matrimoniales, separaciones y divorcios en España han variado mucho en los últimos años descendiendo de 146.000 en 2006 a 100.500 en 2013, para volver a subir a 106.000 en 2014 (¡la crisis!). (Datos del Instituto Nacional de Estadística). Tomando una cifra intermedia de 120.000 al año, suponen casi 330 parejas rotas al día, 14 a la hora, unas 4 por minuto. Eso sin contar las personas que enviudan.

Quien quiera profundizar más, puede consultar en:

http://www.ine.es/dynt3/inebase/index.htm?type=pcaxis&path=/t18/p420/p01/a2014/&file=pcaxis

No se preocupen que se acabaron las estadísticas.

El caso es que de esa cantidad de separaciones (si alguien no lo ha pensado, de una pareja rota surgen DOS personas, por lo que traducido a individuos son el doble) y muchas de esas personas volverán a emparejarse, muchas tendrán hijos y no será improbable que lo hagan con terceros que a su vez tendrán hijos propios de parejas anteriores. Familias reconstituidas, con hijos de uno, del otro y al cabo de un tiempo, probablemente de ambos.

Familias construidas (todo lo que viene ahora lo escribo en el mejor de los sentidos) con piezas prefabricadas que habrá que ensamblar de algún modo, muebles viejos que aprovechar en una casa nueva para la que no se compraron, retales que hay que coser en todos los casos con mucho trabajo y habilidad y no sólo eso, sino procurando que queden estéticos, armónicos y parezca que aunque sean diferentes, están hechos para estar juntos. Familias Patchwork.

Partiendo de esta premisa, las combinaciones son numerosas y darán tantas situaciones como puedan imaginarse: parejas con hijos de ella o de él solamente, de ambos, de edades similares, con brecha de edad importante, fratria (conjunto de hijos) del mismo sexo, de sexos distintos, con mucho espacio para vivir, con estrecheces que obliguen a compartir… Eso sin hablar de “los otros”, los “ex”, que también están más o menos presentes en lo literal y siempre en lo emocional.

Dentro de esta diversidad, las parejas reconstituidas comparten ciertas características que afectan a todos, sobre todo a los menores:

La totalidad de ellas parten de una pérdida: de una ruptura o un fallecimiento, por lo que suponen un doble esfuerzo emocional para el niño: el cambio de su rutina, su status, sus figuras parentales y de autoridad, más la adaptación a la nueva casa, la nueva pareja de su padre o madre y sus nuevos “iguales” (por no llamarlos hermanos).

Estas nuevas familias (ahora todo es nuevo, aunque esto es tan antiguo como la humanidad, sólo que más aceptado y regulado socialmente) ponen a prueba conceptos  a priori claros como el de paternidad, maternidad y constituyen todo un desafío a la hora de armonizar y unificar criterios de cara a la educación de los menores.

De entrada, nos falla el léxico. ¿Qué nombre recibe el menor al que crías, que es fruto de tu pareja, pero no tuyo, cuyo/a padre/madre existe, pero pasa la mayor parte del tiempo contigo? Lo acompañas cuando tiene fiebre, le ayudas con los deberes, lo llevas a ballet o a judo, pero no puedes llamarlo hijo porque entre otras cosas no lo es. No hay nombre para eso. Es como los platos de la alta cocina: “Carrillera glaseada al jengibre con albahaca, parmesano y trufa”. Antes a eso se le llamaba carne mechada y a lo anterior ahora se le llama “el hijo menor de mi pareja”.

Las figuras parentales sí tienen nombre: padrastro y madrastra, pero los hermanos Grimm se encargaron de que nadie usara esas palabras si no es para insultar.

Para estos niños, todo puede resultar confuso, dada la multiplicidad de figuras adultas: madre, padre y las parejas de estos en caso de haberlas, lo cual se hace especialmente complicado en casos con custodias compartidas, en las que se expone al menor a un cambio constante, con su consiguiente esfuerzo de adaptación periódico, además de distintos estilos de vida, educación y valores.

Puede además, darse multiplicidad de parentesco entre los hijos: ser hermanos de padre y madre de unos, de madre o padre sólo de otros y convivir sin lazos de sangre con alguno más, además de la diferencia de edad que suele ser frecuente entre los nacidos de la nueva pareja y los hijos aportados de las parejas anteriores.

¿Se lían? Imagínense los niños.

Recientemente se ha acuñado y se profundiza en un nuevo concepto denominado “Constelaciones Familiares” para comprender mejor el nuevo sistema de relaciones, vínculos y apegos que la separación y la reconstitución familiar implica. Resumido seria algo así como preguntar ¿a quién quieres más, a papá, a mamá, a la pareja de papá, a la pareja de mamá, a los hermanos de la casa de papá, a los hermanos de la casa de mamá, a los abuelitos de papá, a los abuelitos de mamá, a los abuelitos de la pareja de papá o a los abuelitos de la pareja de mamá? Toda una pléyade de personas que en mayor o menor medida están influyendo en ese menor.

En resumen: cuanto más se simplifiquen y clarifiquen las cosas, más fácil será la adaptación y menos trastornos tendrán ellos.

Algunas líneas maestras de cara a los hijos podrían ser:

  • Ser conscientes de que se va a atravesar un periodo complicado y llevar a cabo un ejercicio de paciencia y comprensión, dejando tiempo para que pueda procesar los cambios, primero el de la ruptura familiar, luego el de la nueva convivencia y en el caso de la custodia compartida, los cambios constantes.
  • Anticipar la información en la medida de lo posible, antes de presentar a las nuevas parejas, y hacerlo sólo en caso de que se trate de relaciones estables, propiciando un acercamiento progresivo.
  • Mantener una actitud respetuosa y conciliadora hacia las ex parejas ante los niños, evitando hacerlos partícipes de los eventuales conflictos. Esto por supuesto, debería ser aplicable a cualquier separación.
  • Dejar claro desde el principio quién es quién y cuáles son las responsabilidades y atribuciones de cada adulto. O sea, definición clara de roles. Es preciso un consenso previo de los adultos para trasladarlo al menor luego. Aquí entran en juego los modelos de familia que “sustituyen” una pareja por la otra. Lo primero que replicará un adolescente cuando la nueva pareja le ponga límites será: “tú no eres mi padre/madre”. O se tiene una respuesta convincente preparada o la cosa irá mal. Esa respuesta puede ser: “es verdad que no lo soy, pero ellos dos se han puesto de acuerdo en esta norma y en que yo puedo decírtela”.
  • Ser cuidadosos con el lenguaje. Reservar los términos “papá”,  “mamá”, “hermano” y “hermana para los parientes biológicos y dejar que sea el menor quien decida cómo llamar al resto.
  • Ser consciente que se está creando algo nuevo, un proyecto común que antes no existía y que hay que crear espacios específicos de convivencia.
  • No forzar la interacción entre la fratria (los hermanos, o medio hermanos), dejando que ellos mismos forjen sus propias relaciones, interviniendo sólo como mediadores o para evitar conflictos graves o situaciones de abuso.
  • Permitir la libre expresión de sentimientos, sobre todo de los más pequeños, aportando apoyo y empatía.
  • Buscar espacios específicos para la pareja. No se debe olvidar que toda la situación deriva de que esas dos personas se han conocido, enamorado y decidido compartir sus vidas. Con frecuencia, los hijos invaden todo y actúan a modo de riada emocional y de trabajo doméstico que acaba por arruinar la relación. Si la pareja es feliz, hay más probabilidad de que los hijos también lo sean.
  • Y por último, echarse a temblar, porque se trata de una tarea de titanes.

Acabo con un par de testimonios reales. Muy edulcorados para mi gusto, pero resultan bastante ilustrativos. Después de todo, el que esté desbordado no estará dispuesto a que lo graben, ¿no?

 http://www.dw.com/es/la-vida-en-una-familia-patchwork/av-16427236

 

Feliz Navidad a todos.

Sebastián Sanz Cortés. Psiquiatra

Sobre el autor

Instituto Bitácora administrator

Somos un equipo multidisciplinar, encabezado por el Dr Reina, dedicado al tratamiento del alcoholismo y otras adicciones, así como a la atención de la familia y a las patologías mentales, desde un modelo bio-psico-social que permite hacer una lectura antropológica de la persona que presenta el problema en su contexto y dentro de unos principios Bioéticos.

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