Biografía de una codependiente

PorInstituto Bitácora

Biografía de una codependiente

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¿Qué es codependencia?

La palabra codependencia aparece en los setenta, para explicar la relación disfuncional que establece una persona, fundamentalmente un familiar, con otra que tiene un problema por consumo de alcohol y/o drogas. Esta relación, que es íntima y directa, tiene la particularidad, que no beneficia a ninguno de los implicados, sino todo lo contrario, dicha relación, mantiene el malestar y perpetúa el problema de abuso o adicción.

¿Cómo actúa un codependiente?

La persona codependiente intenta satisfacer sus necesidades en función al otro, alejándose y  olvidándose de sus propios problemas, por lo que están siempre por resolver. El centro de su existencia es el problema del otro, todo lo ocupa la preocupación por el otro, el miedo a la separación, la culpa… y así, su sufrimiento es constante, permanente.

Las personas que desarrollan este trastorno psicológico presentan síntomas del tipo: Necesidad de tener el control sobre el otro. Baja autoestima y sensación de falta de autoeficacia. Autoconcepto y autoimagen negativos. Dificultad para poner límites. Dificultad para establecer condiciones. Represión de emociones. Monopolización de los problemas del otro. Negación o minimización de los propios problemas, como mecanismo de defensa. Dificultad para pedir ayuda. Ideas obsesivas y/o conductas compulsivas. Miedo al abandono, a la soledad, al rechazo.

¿Quién puede desarrollar codependencia?

Como acabamos de señalar, este trastorno lo desarrollan las personas que conviven con otra que tiene un problema por consumo de alcohol y/o drogas, principalmente la pareja o familiar directo.

El género y el entorno en el que hemos crecido y hemos sido educados, son factores de vulnerabilidad para el desarrollo de la codependencia. Las condiciones sociales y culturales tienen que ver con la alta prevalencia de este problema en las mujeres. Las mujeres son las encargadas del cuidado y protección de los demás. En general, se espera que seamos dulces, dóciles, dependientes, sacrificadas, pacientes, maternales, abnegadas, dispuestas siempre a hacer cosas por los demás postergando lo nuestro…Significativo también es que muchas de las mujeres que desarrollan este tipo de relación de dependencia, desde pequeñas ocuparon roles inapropiados para su edad y se hicieron cargo de sus hermanos o padres. Esa temprana adultez las hace personas muy sensibles, y que tienden a elegir como parejas a personas a las que poder cuidar y proteger como no sintieron que hicieron con ellas. Estableciendo un lazo de unión con la persona que tiene problemas, en el que el eje más que el amor, es la necesidad. Al creer que son necesarias/os para el otro, las personas codependientes se sienten cómodas, seguras, porque la posibilidad del que el otro las abandone es menor. Pero esta condición tiene una parte muy negativa, que es que, cuando no se sienten correspondidas/os, experimentan un intenso malestar en el que incluso pueden hacerse daño a sí mismas/os

¿Cómo tratar la codependencia?

La codependencia es difícil de desactivar. El codependiente es incapaz de ver por sí mismo la relación disfuncional que ha establecido. No puede distanciarse de la relación, por muy insana que ésta sea.

Con psicoterapia individualizada, y como complemento, terapia de grupo con otras personas con el mismo problema, e incluso a veces, es necesario el apoyo farmacológico, la persona puede reconocer su condición de codependiente, iniciándose así la posibilidad de cambio, y el paso a la acción, es decir, empezar a trabajar para poder modificar la manera en que vive la relación y lograr la normalización.

Para que podáis entender mejor este concepto, os dejamos la historia de alguien que ha desarrollado este problema.Se llama Pilar, tiene cuarenta y ocho años, y acudió a Instituto Bitácora, no por el problema de larga evolución por consumo de alcohol de su marido, sino porque estaba muy preocupada por su hija, que no se comunicaba con el resto de la familia y apenas salía de su habitación.

Soy la mayor de tres hermanas. Desde pequeña he sido muy responsable, autosuficiente y extremadamente obediente, lo cual, ahora con perspectiva veo que no siempre fue bueno, pues unido a que era la mayor, tenía que ser además más responsable y lo que peor he llevado siempre, que todos asumían que no me hacía falta tanta atención como a mis hermanas. ”Bueno, Mari Pili puede sola…Ella sale sola de esto, ella sabe”, o comentarios similares, que si bien seguramente lo creían, no veían que también de vez en cuando, a todos nos hace falta alguna ayuda y una palmadita en la espalda.

Siempre he sido una persona muy acomplejada por mi físico (ahora con la edad lo llevo mejor) y para mi pesar, mi madre no me ayudaba  a superarlo. Por ejemplo, no tengo unas piernas bonitas, pero con 15 años quise una minifalda. Fuimos mi madre, mi hermana mediana y yo a comprar ropa para el verano, y en el escaparate estaba la falda que yo quería. Para poder comprarla, primero tenía que comprarme el conjunto que mi madre quería. Yo, obediente, entré en el probador, y cuando salí, mi hermana ya tenía ”mi” falda comprada. Y yo no dije nada. Será una tontería, pero fueron muchas como esa en diferentes temas.

Con los estudios también fui obediente. Estudié auxiliar administrativo, porque mi padre tenía un empresa y yo debía trabajar allí, no importaba si quería o no, ni les importaba a ellos ni tampoco a mí, eso es lo que se esperaba. A los pocos meses de comenzar a trabajar, se separó de sus socios y montó un negocio propio, con la genial idea de ponerme como responsable legal. Cinco años después, la empresa quebró. A consecuencia de esto, unos años más tarde, estando ya casada y con dos hijos pequeños, casi me embargan la casa, pues sobre el papel yo aparecía como única responsable de la empresa, en la teoría yo mandaba, aunque jamás se me tuvo en cuenta. Lo peor fue que no movieron un dedo para ayudarme.

En realidad, de mi infancia y adolescencia no es que recuerde gran cosa. Estudiaba mucho, salía poco y cuando salía tenía un horario muy estricto, incluso cuando ya tenía novio.  Recuerdo las visitas a mis abuelos, los juegos con mis amigas en la calle, escuchar mi música muy alta encerrada en el salón o mientras limpiaba, cuidar de mis hermanas, el colegio, sus obras de teatro en las que siempre era la narradora, el instituto donde descubrí que se podía saltar las normas, alguna rabona con más sufrimiento que gloria y donde empecé a fumar, para no ser la única que no lo hacía… y sacaba buenas notas, hasta que supe que me quitarían de BUP para hacer auxiliar administrativo para trabajar en la empresa de mi padre.

Con 17 años conocí al que hoy es mi marido. Tras un noviazgo con muchos altibajos, nos casamos. A los tres años, ya tenía dos hijos. Para entonces, me había transformado.  Durante un tiempo creo que fui una “maruja” desatendiéndome a mí y a mi pareja, ya que me refugié en mis hijos y ellos fueron mi tabla de salvación, pues mi vida no se parecía en nada a lo que había imaginado. Mi marido siempre había bebido. De novios no era tan relevante, yo le acompañaba, aunque en menor medida, pero de casados, la responsabilidad era otra, ya no estábamos solos, teníamos una familia, pero él parecía  seguir teniendo 20 años en lo que a salir y enredarse se refiere, y alguien tenía que estar al pie del cañón. Muchas veces me culpé de la situación en que vivíamos, pero hoy creo que hice lo que pude. En fin, después de unos años, me acostumbré y llegué a pensar que no podía arreglar nada. Sé que fui cobarde. Unas veces ponía como excusa a los niños que eran pequeños, otras me decía que yo sola no podría, otras que él cambiaría, otras que era yo la que tenía que cambiar y muchas otras, qué pasaría con él si le dejaba. Pasó el tiempo y creo que ha sido peor el remedio que la enfermedad… salgo con él para que no beba demasiado, y bebo con él, si no voy yo con él es peor, beberá más… me da miedo decirle que no beba más, porque se enfadará y será peor…cuando tarda sé lo que pasa.  Ya hace años que mis hijos dejaron de esperar a que viniera, de preguntar que dónde estaba papá. De ilusionarnos con la Navidad porque nunca salían bien, de salir con amigos porque ya no nos quedan, de recibir visitas porque ya nadie viene a casa. Cada uno metido en su fortín para evitar… él no es malo.

Ahora mi hija está mal, siempre ha estado mal, ella era la que me insistía para hacer algo, esperaba conmigo, me animaba si yo estaba mal, era más que una hija, era mi compañera…hace años fue ella la que convenció a su padre para ir a un grupo de alcohólicos anónimos y lo acompañó, pero fue un día y ya está… y ahora apenas nos habla, no sale de su habitación, y pasan los días y no sé cómo ayudarla para que salga, para que viva, para que sea feliz…

A veces me siento muy mal, no sé de dónde saco fuerzas para aguantar con todo esto, y aguanto y aguanto, así llevo toda una vida. Ya no puedo, ya no tengo fuerzas para cambiar nada.

 

Asunción Lago Cabana

Sobre el autor

Instituto Bitácora administrator

Somos un equipo multidisciplinar, encabezado por el Dr Reina, dedicado al tratamiento del alcoholismo y otras adicciones, así como a la atención de la familia y a las patologías mentales, desde un modelo bio-psico-social que permite hacer una lectura antropológica de la persona que presenta el problema en su contexto y dentro de unos principios Bioéticos.

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