Si me caigo y me fastidio el codo, me voy rápidamente al traumatólogo a que me lo miren y me quiten el dolor. Si tengo fiebre o siento escalofríos, tengo tos, la nariz tapada, dolores musculares, dolores de cabeza, sensación de cansancio, me dirijo a mi médico de atención primaria, para buscar un remedio contra el malestar de la gripe. En todos los casos, además, seguiré las indicaciones dadas. Sin embargo, en el caso de las adicciones no es así. La adicción es una enfermedad especial por diferentes motivos, pero el que hoy nos ocupa es la demanda.
La demanda tiene que ver con el reconocimiento de que se necesita ayuda, con el deseo de cambio, y en el caso de las adicciones, es la única enfermedad en la que el sufrimiento de la persona no implica necesariamente petición de ayuda.
La falta de motivación forma parte de la sintomatología de esta enfermedad, hay que aceptarlo como algo normal, como la fiebre o los escalofríos en la gripe, y es el gran desafío tanto para iniciar un tratamiento como en la adherencia a éste, requisito indispensable pero no único para poder empezar un proceso terapéutico.
En el tratamiento de las adicciones, el caso de una persona que reconoce la pérdida de control frente a una sustancia, a una conducta o a una relación, es desde el punto de vista estadístico muy poco significativo.
El principal volumen de petición de ayuda viene de parte de los terceros significativos, fundamentalmente de la familia, por lo que trabajar la demanda ymotivación de la familia en estos casos es tan importante como el trabajo con el paciente.
Un segundo tipo de demanda, es la persona que acude a consulta acompañada por un familiar, que es el que ha solicitado la cita y que acepta un consumo excesivo pero cree poder controlarlo él solo. En este caso es fácil que se establezca una competencia por el poder entre terapeuta y paciente, por lo que hay que ser hábil para conseguir que el paciente termine aceptando que necesita ayuda y sea consciente de los riesgos que acarrea el consumo.
Un tercer tipo sería, la persona que acude a consulta por presión familiar pero no acepta tener problemas. En este caso, el paciente ve al terapeuta como un adversario al que tiene que demostrar que no hay problemas. Cuando no existe motivación, hay que evitar la confrontación, definir estrategias para lograr la cooperación del paciente y desmontar mecanismos de defensa.
En todos los casos, es prioritario adecuarse al nivel de motivación del paciente, poner especial énfasis en el establecimiento de una buena alianza terapéutica, mostrar una actitud receptiva y establecer metas compartidas con el paciente.
Así que, terapeutas y familiares, tenemos que tener en cuenta que en esta enfermedad especial ante un NO se puede y se debe actuar.
Asunción Lago Cabana. Psicóloga de Instituto Bitácora.
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