Archivos mensual noviembre 2015

PorInstituto Bitácora

“LE PRESENTO A LA FAMILIA. ENCANTADO DE CONOCERLA”

Durante las próximas semanas comenzaré a hablar sobre la familia y la importancia que tiene ésta en la maduración de la persona. Trataré distintos aspectos como: la importancia de la comunicación, las dificultades al afrontar cambios en el seno familiar, tomas de decisiones, rigidez o permisividad en las normas, etc.

Para empezar a hablar sobre familia y sobre las dificultades a las que se enfrenta, lo primero que debo realizar es una reflexión sobre qué es la familia, para así comprender los “porqués” de estas dificultades con las que se encuentra a lo largo de su camino.

Y lo haré desde tres puntos de vista básicos: la familia como agente de socialización, su proceso evolutivo y la familia como sistema. Los tres aspectos son lo suficientemente extensos como para escribir capítulos y capítulos sobre ellos, pero trataré de resumirlos de forma comprensiva en esta entrada. Posteriormente, en sucesivas entradas, ahondaré en cada uno de ellos, exponiendo casos de ejemplo que a todos nos “sonarán”.

La familia debe recibir una atención especial ya que, las personas encuentran en ella seguridad y afecto. Es la primera fuente de socialización del hombre y la mujer, desde donde se educa para la vida en sociedad. Es, por tanto, la unidad primaria de interacción y sostenimiento de la estructura social.

Sobre su aspecto evolutivo, podemos decir que todas las familias tienen un ciclo vital, como cualquier ser vivo. Y durante ese ciclo, se van produciendo diferentes etapas, etapas de cambios que provocan desequilibrios en la estabilidad familiar.

Al igual que la sociedad evoluciona, la familia también lo hace. Ambos conceptos son activos y van pasando por fases, que suponen crisis naturales y debido a ellas, las familias se transforman, crecen, maduran y/o se rompen.

Su estructura está formada por roles, que como todo ciclo evolutivo, van cambiando según la etapa en la que se encuentre la familia: separación de la familia de origen para formar una relación conyugal, nacimiento de hijos, distintas etapas de los hijos (niñez, adolescencia, emancipación), jubilación y ancianidad. Así, la persona va adquiriendo a lo largo de su vida distintos roles, y en ocasiones, incluso adopta varios roles en un momento determinado: hija, esposa, madre… Roles que la persona debe desempeñar adecuadamente y, además, en relación con los otros miembros de la familia.

Pasando ahora al aspecto sistémico de la familia, podemos decir que la familia está conformada por reglas de comportamiento internas, implícitas y explícitas, marcadas por los miembros individuales de ésta y por el conjunto de sus miembros. Muy ligadas a su vez a la interacción con el exterior, formando parte así del contexto social en el que vive.

Concretando: ¿qué quiere decir que la familia tiene un funcionamiento sistémico? Podríamos decir, que la familia está formada por personas que se relacionan entre sí, marcando estas relaciones los roles y los vínculos dentro de este sistema.

Es importante decir, que en todo sistema, el cambio de una de las partes afecta al resto de las partes. Así que, si un miembro de la familia está pasando por una etapa personal de cambio, esto afectará al resto de personas que forman su núcleo familiar, ya que su forma de relacionarse será distinta y, por lo tanto, esto afectará a la forma de relacionarse del resto tanto con él en concreto como entre sí.

Teniendo en cuenta lo dicho hasta ahora, para resolver las crisis que van surgiendo en el núcleo familiar, es importante analizar la evolución tanto del grupo familiar como individual, el sistema de relaciones internas existente y las relaciones externas que tienen sus miembros con el exterior (la sociedad, en términos generales).

Teniendo en cuenta esto último, en la resolución de cualquier conflicto producido en el seno familiar, se hace imprescindible una intervención integradora, que tenga en cuenta los tres aspectos destacados, y esto nos lo proporciona la terapia familiar.

La próxima semana hablaré sobre la familia como agente de socialización, y como os dije al principio, expondré casos de ejemplo, para clarificar el concepto y dejar a un lado el “academicismo” de esta primera entrada. Os espero.

Mª Ángeles Fernández Arias. Psicopedagoga

PorInstituto Bitácora

PONGA UN PSIQUIATRA EN SU VIDA

 Una vez captada su atención, expliquemos que el título debería más bien ser “Si cree que le hace falta, no tenga miedo de poner un psiquiatra en su vida”.

Desconozco si alguna vez han buscado la palabra psiquiatra en el diccionario. El de la RAE arroja una apabullante (por concisa) definición: “Especialista en Psiquiatría”. Llama la atención que ni menciona la palabra “médico”. Busquemos pues el término Psiquiatría: “Ciencia que trata de las enfermedades mentales”. No se puede ser más concreto y más difuso a la vez. No sé si de una forma deliberada o inconsciente en la definición de Psiquiatría  el DRAE especifica que es la ciencia que trata “de” las enfremedades mentales, lo cual admite varias lecturas, como la de que la psiquiatría se encarga de estudiarlas y tratarlas, o por el contrario que dichas enfermedades en el fondo se pueden estudiar, pero carecen de tratamiento. No es lo mismo tratar una enfermedad que tratar de una enfermedad.

Mucho más extenso tenemos al BOE, que al definir las competencias en el programa formativo de los psiquiatras, escribe (entre otras muchas cosas) lo siguiente: La Psiquiatría tiene por objeto el estudio, prevención, diagnóstico, tratamiento y rehabilitación de los trastornos mentales (…)se ocupa de los trastornos psiquiátricos, entendidos como lugar de encuentro de lo biológico, lo psicológico y lo socio-cultural; sus intervenciones se basan en la observación clínica y en la investigación científica (…)las psicoterapias y la rehabilitación (…)la psicofarmacología y otras intervenciones biológicas.

Más cercano al día a día de nuestro trabajo sin duda el BOE, aunque no olvidemos de que la Real Academia de la Lengua no se encarga de establecer las competencias sino de limpiar, fijar y dar esplendor a nuestro idioma.

Dada la concisión de una definición y la amplitud de la otra, entiendo que merece la pena explicar brevemente algunos aspectos de la labor de los profesionales de la Salud Mental, dados ciertos tópicos acerca de la Psicología y la Psiquiatría que por repetidos se han dado como cierto y se han ido instalando en nuestra sociedad, sesgando la visión del público de cuándo y para qué acudir a una consulta.

Es lógico que tanto el BOE como el diccionario de la RAE hablen de Enfermedades Mentales como el objeto sobre el que trabajan Psiquiatría y Psicología. Los clásicos hablaban del “ser humano enfermo mental” como el individuo a tratar por los psiquiatras. No obstante, la Psiquiatría, con la Psicología Clínica de la mano, andan desde hace un par de siglos intentando definirse tanto a sí mismas como a sus “enfermedades”, esto es, intentando distinguir lo normal de lo patológico de forma universal y sistematizada, a la vez que intentan ayudar a las personas que les demandan consulta.

Algo así como cruzar un puente a la vez que tú mismo lo vas construyendo, porque dejando aparte exquisiteces conceptuales y finuras académicas, lo que suele llevar a las personas a las consultas de psiquiatras y psicólogos es el sufrimiento psíquico, da igual el nombre que le pongamos y será por tanto su abordaje el trabajo del profesional al que se consulte, independientemente de la titulación y orientación profesional que tenga. Y no, no podemos esperar a que se produzca el hallazgo genético que revolucione el tratamiento de las psicosis ni que las distintas escuelas se pongan de acuerdo en los criterios diagnósticos de tal o cual trastorno.

La persona que nos consulta sufre y hay que ayudarla, y tenemos el imperativo ético de hacerlo ya.

Estoy hablando, por supuesto, de una ayuda profesional, es decir, una ayuda sistematizada, desapasionada (aclaro, no sesgada por los sentimientos) y a ser posible multidisciplinar. Existe evidencia científica de que los mejores resultados en muchos trastornos provienen de terapias combinadas, que incluyan abordaje psicológico, farmacológico, ocupacional, familiar… y la formación moderna de profesionales de la Salud Mental va encaminada en ese sentido.

Es importante derribar el mito de que los psiquiatras se dedican a “dar pastillas” a los trastornos más graves y los psicólogos a “dejar que se desahoguen” los trastornos más leves. Ambas concepciones con reduccionistas y erróneas. Es cierto que en el mapa de competencias de ambas profesiones existen diferencias, pero seguramente hay más tareas comunes, en las que psicólogo y psiquiatra son equivalentes e intercambiables.

El psiquiatra como médico contemplará más aspectos biológicos y podrá usar fármacos y el psicólogo será experto en administración de tests y en intervenciones psicoterapéuticas concretas, pero no existe un criterio de “gravedad del trastorno” que determine la intervención de uno u otro profesional. De hecho, en casos graves a menudo intervendrán ambos profesionales y en casos leves, cualquiera de ellos se bastará para orientar el problema.

En cada caso individual, lo importante es que el profesional sepa qué está haciendo y que ello se ajuste a la “Lex Artis” (o sea, hacer las cosas como Dios manda), independientemente de que sea psiquiatra o psicólogo.

Todos los días los profesionales de la Salud Mental luchamos contra la tendencia de la sociedad de estigmatizar a nuestros pacientes. El primer estigma a combatir es el que uno mismo se impone. No soy peor, no soy diferente, no soy más grave porque me atienda un psiquiatra y tampoco soy distinto ni sufro menos porque me esté tratando un psicólogo.

Sebastián Sanz Cortés. Psiquiatra

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