Desde hace relativamente poco tiempo estamos tomando conciencia de la importancia del aprendizaje emocional en nuestra vida diaria, pues lo que venía sucediendo era que las emociones se aparcaban e incluso se destruían en el caso de que afloraran. La gente no profundizaba en el conocimiento de las emociones ni se planteaba la idea de cómo gestionar sus sentimientos más básicos.
Eso afortunadamente ha cambiado, pero ¿qué sabemos de las emociones?, ¿qué son?, ¿son buenas para nosotros?
Comenzamos definiendo la emoción como ese motor que todos llevamos dentro, que nos mueve y nos empuja a vivir.
Es una reacción inconsciente, que prepara a nuestro cuerpo para atacar o huir ante el peligro o acercarse a estímulos placenteros. Por ejemplo, ante un perro enseñando los dientes tenemos una clara reacción emocional, de peligro, dolor, que nos lleva bien a defendernos o a huir. Con hambre y ante un buen plato de comida, también tenemos una reacción emocional, placer, que nos lleva a acercarnos al plato de comida y comer.
Así, la naturaleza ha encontrado con la emoción, un mecanismo eficiente que asegura la supervivencia de la especie.
Por otro lado, ¿son buenas las emociones?, ¿hay que expresarlas? Podríamos decir que todas las emociones en principio son buenas, o tienen una razón de ser, pues nos permiten interactuar con los otros y con nosotros mismos (“me siento triste”, “siento alegría”, “me invade la rabia…”).
Es importante que conozcamos la importancia de expresar nuestras emociones, pues sabemos que son energía, y la energía es una fuerza que hay que gastarla o liberarla. De hecho, cualquier emoción que reprimamos o guardemos, sea positiva o negativa, es susceptible de convertirse en tóxica. Si escondemos nuestras emociones y las ocultamos pensando que así van a desaparecer, cometemos un error, porque seguirán estando ahí, sólo que se hallarán confinadas en una cárcel.
Por ello, el problema de no reconocer una emoción y de reprimirla es que nos impide aceptarla, procesarla y dejarla marchar, quedándose la emoción dentro de nosotros.
Con las emociones hay que ser observador, tenemos que reconocerlas, aceptarlas, vivirlas pero hay que dejarlas marchar.
De hecho, su represión puede provocar que enfermemos tanto física como psicológicamente. De esas consecuencias hablaremos en otro post.
Ana Martín Almagro. Psicóloga del Instituto Bitácora
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